Por Melanie Taylor Herrera
(Escritora y poeta panameña)
Podemos considerar al microrrelato como el género literario del siglo XXI. En esta era posmoderna y de paso podemos decir que la posmodernidad “sustituye a la cultura por la multicultura, a la universalidad y el monosentido por la pluralidad y el multisentido” (Ledo, 2004), el microrrelato deviene en guiño o carcajada e incluso puntapié a la modernidad y a todo lo que le antecede.El microrrelato es un escrito sumamente breve e increíblemente contundente que causa sorpresa en un lector que ya lo ha visto todo en el cine, el internet y la televisión. El microrrelato cabe en un correo electrónico, en la entrada de un blog, como mensaje de texto en un celular e incluso en twitter. Es tan corta su extensión que su lectura en la pantalla de la computadora no produce el cansancio visual de textos más largos.Somos una sociedad primordialmente visual, ampliamente conectada, consumista y de economía global, pero aún así el mercado del libro o el negocio de vender libros no resulta fácil. Al parecer el trabajo, las obligaciones sociales y familiares impiden que el ciudadano promedio dedique muchas horas a la lectura. He aquí una de las bondades del microrrelato, requiere a lo sumo 3 o 4 minutos. Aunque no nos engañemos, la ficción brevísima aparenta ser fugaz y digo aparenta porque su digestión toma tiempo, es un platillo que una vez degustado se rememora largamente. Sus múltiples significados son como las notas de un perfume, hay que tener buen olfato para detectarlos. A los minitextos hay que leerlos de a poco, uno o dos a lo sumo, identificar qué juego nos propone el escritor, qué mensajes ocultos ha dejado en una trama de apariencia inocente.
Por algo Ana María Shua, prolija y conocida escritora argentina de microrrelatos, los compara con una caja de bombones y recomienda que así como una no se come una caja de bombones de un tirón, tampoco debe leerse muchas minificciones de seguido. Y Shua sabe de qué habla pues ha publicado recientemente un libro llamado Cazadores de letras donde reúne su producción de microrrelatos sumando la nada despreciable cantidad de ¡900 páginas!Lauro Zavala es un catedrático mexicano quien ha dedicado largas horas al estudio de un fenómeno tan breve. Él denomina a los cuentos de hasta 200 palabras, ultracortos. Pues sí, el microrrelato recibe varios nombres: minitextos, hiperbreves, brevísimos, ficción mínima. Inclusive hay quienes proponen el nanorrelato, contar algo si acaso con diez palabras.El microrrelato tiene gran auge en España y Argentina, países donde se celebran numerosos concursos de textos brevísimos y se encuentran blogs y páginas webs dedicadas al género. Los concursos de microrrelatos son particularmente atractivos porque sólo requieren enviar un texto de aproximadamente diez líneas o menos por correo electrónico. Los hay de tema libre y otros proponen temas específicos, palabras o géneros, porque el microrrelato puede ser lírico, poético, de terror, de ciencia ficción, fantástico,hilarante e incluso, chocante. Los sitios de Internet, Stardust y Letralia, anuncian las bases de muchos de estos concursos los cuales tienen con frecuencia premios en efectivo para el ganador.El microrrelato además de explorar las formas narrativas, es decir le permite al escritor experimentar con maneras originales de contar la historia, también toma prestado de otros géneros, de la tradición literaria y filosófica. Requiere de un lector avispado con cultura general. El texto brevísimo es lúdico, adoptando con frecuencia un tono juguetón, sarcástico, irónico, rítmico e hiperbólico. Me gustaría ilustrar lo que he explicado hasta ahora con un microrrelato de mi autoría. Y, ¿por qué no?, le tomará poco tiempo leerlo, mi estimado lector.
"Control remoto Cansado de cambiar canales, empezó a observar su vida. Miró a su mujer; notó finas líneas alrededor de sus ojos y presintió que también él tenía arrugas que hacían su debut. Escuchó a sus hijos sin entender de qué hablaban, asumió que era una lengua extranjera o al menos un dialecto hecho con neologismos. Se prometió comprar un diccionario. Buscó al perro y éste ya no estaba. Ahora había un gato que se complacía en enterrar sus uñas afiladas en su sofá. Encendió la tele otra vez".
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