lunes, julio 21, 2014

Poemas de Martín Córdova



EL ARQUITECTO

En una noche cualquiera construyes,
con las manos desnudas acaricias el barro,
soplas el aire, la nada;
y todo, de repente, nace.
Son creadas una a una las cosas,
los ramajes te brotan entre las piernas
y el sexo fecundo se multiplica.
De tu boca salen pájaros
en una explosión rebelde de malos augurios,
pero sigues acariciando el barro,
lo contienes, no es tiempo todavía.

Ha llegado la lluvia que comienza
con el acto secular del coito,
la tierra se entrega, se empapa
de lujuria en su perpetua sinrazón de la cópula.
Desde tus pies se han levantado los robles
y también los cipreses y los ceibos con sus manos elevadas al cielo;
entre la madera brotan los insectos,
adquiere sentido la creación en estas minúsculas
y horrendas divinidades.
Entre tus manos el barro empieza a tomar forma
¡Con cuánta solemnidad tu caricia la llena
de tu propia imagen acentuada!

De esa lágrima de tu congoja
ha  nacido el mar,
así como tu tristeza, va y viene,
así como tu esperanza se va,
como tu angustia, regresa;
y tú miras el mar
con el largo aliento de la temeridad,
ningún mirar con tanta distancia, con tan clara lejanía,
con tan inquietante nostalgia.
Luego el mar te arrebató la creación,
pero esa es otra historia que aquí no está escrita,
lo escrito está en el barro
que a estas alturas ya no sabes si acaricias o rasgas.
Te preguntas, te crece la duda,
sostienes el barro, pero ya no sabes si te sostienes
a ti mismo y temes, tu propia creación te infunde miedo.
¡Ay de ti, que en una noche cualquiera construyes!

A tu lado juegan los pájaros
y crecen los ceibos
despreocupados.



AUSENTE

Todo empezó con el río.
La mañana puesta como un traje de campo
con el suave olor del mote para la fiesta del día.
El eucalipto y su danza,
su juego de remanso que va y viene
bajo la clara mañana
en la que el campesino descansa.

Mi padre camina hacia todo lo escrito,
da saltos y juega, todavía,
y da palmas de guitarra, de requinto.
Aún anidan en él amor y rebeldía.
En sus manos teje las palabras
que yo pronunciaré en su lugar
mientras la lluvia nos moja
con sus gotas alegres.

Como antes,
hoy también soy el ausente,
la pequeña sombra que se va de tu mano.
Yo sé que buscas en la memoria
el recuerdo de una mañana en Huancabamba.
Pero estás en tu larga espera,
sentado en tu sillón
que yo también pudiera llamar “Sócrates”;
y que aprobarías cómplice y en silencio.

Pero hoy, también soy el ausente,
la pequeña sombra que se va de tu mano
o la pequeña mano que se va con tu sombra.



ARQUITECTURADEL ARCOIRIS O LA ACCIÓN CREADORA DE LA LLUVIA

I

El viento arroja con furia
la noche sobre mi rostro
y empieza a edificar mi arquitectura.

Mi delgada voluntad de pájaro
vuela raudo como una tempestad
que decapita el aire, febril como una danza de cuchillos.

Aquí la noche repite su teoría.
La vida es una ruidosa calle
Poblada por fantasmas.
Del otro lado del río los cadáveres olvidados
son flores que crecieron veinte años después;
flores sobre las que ahora duermen los enamorados
al amparo y al abrigo de la tarde  y su misterio.
Sólo somos una suma de atardeceres,
una estela que el ocaso deja
en su continuo ir y venir y otra vez ir
como las serpientes en la montaña y en las piedras.

Mi cuerpo fue una piedra primitiva.
¿Cómo iba yo a saber que era tu nombre
el que cantaría, si apenas el mundo se formaba ante mis pies
aquellas tardes en que el viento no era sino amable?
¿Qué pasó contigo viento?
Ahora castigas ferozmente las calaminas de las casas de los pobres.

Y quién iba a saber nada si sólo éramos niños correteando
con sus risas y sus mocos y sus alegrías talladas en el suelo.

Y cómo íbamos a saber nada
si el mundo no tenía este gris en sus tejados.

Y quién, acaso, iba a saber nada
si la lluvia era una suave caricia de la madre ausente.

Hoy tenemos otro cuerpo, o tal vez otra piel, o tal vez fue
QUE SOMOS OTROS.
Y quién sabe nada ahora,
si ya ni recordamos a qué sabía el pan de las cinco de la tarde.

¿Cómo iba a saber yo que era tu nombre el que cantaría?

Y ahora, frente al mundo que pasa frente a mis ojos
con su risa y su llanto,
cojo nuevamente la pluma negra que lanza diatribas
y hiero las paredes de mi cuarto:
“NO HAY ARTE SIN CAOS”
y qué absurdo es mi cuerpo desnudo
frente a la soledad y la muerte que aúllan.

Mi cuerpo desnudo fue otro ante el río y la montaña
y era puro y lo amaban los peces
y la hierba se tendía abrazando su piel a mis escamas.
Pero la niñez es un vuelo fugaz de palomas blancas;
y los años son bulliciosos y espantan. ¡Cómo espantan!
Ay! Si supieras…
La hierba cantó en rojo su garganta herida de espinas
de fuego y de pólvora.
Yo no era nadie, un niño desnudo apenas
sin voz para acusar,
porque no hablaba el lenguaje de los hombres.
Quise cantar como un pájaro
y no pude sino correr
con esa lágrima que me es ahora eterna  e insuficiente.

¿Y cómo iba a saber yo nada en esa carrera horrorizada
que no se detuvo sino en tus brazos
bajo una luna envejecida y la lluvia que brotaba?

La lluvia se quedó con nosotros
y la noche multiplicó su negro manto.
El mundo a veces se detiene.
Las horas ya no me caben en el tiempo.
Pasó la noche o las noches
¿o qué fue?
¿Lo supimos acaso?

Pero la última gota de lluvia
es el epitafio del dolor y de la ausencia,
sobreviene el arcoíris;
la mañana nueva, la vida que respira y se alimenta.



II

Yo he crecido con la lluvia
como crecen los Aromos en las sierras pedregosas.
Daba un festín el cielo cada tarde
y la tierra agradecida enloquecía de verde todos los prados.
Yo caminaba descalzo y me perdía por los puentes
por donde cruzan los pastores taciturnos.
Mi madre tenía un enjambre de picaflores debajo del pecho.
Demasiado pronto me solté de su mano
y crucé los puentes,
todos los puentes de la vida
los he cruzado desde entonces
y cada vez más lejos y más lejos
hasta esta estación de los recuerdos.
Los altos eucaliptos fueron mis primeros dioses.
Yo amaba sus tristes hojas que siempre miran hacia el suelo
y amaba su olor de mariposas;
y supe que el amor debía tener olor a eucalipto
y a tierra mojada. Me perdía.
Por entre los campos mis pies exploraban
como inquietas perdices.
Si lo hubiera sabido en esos días,
me habría autonombrado Nautilus,
                                         Hispaniola,
                                         ApuKonTiki,
pero entonces era yo, sin nombres, sin honores,
pájaro de infantil plumaje
de primeras libertades conquistadas.

A lo lejos, las nubes inquietas traían su voz gruesa;
y un manto frío nos cubría.
Era alegre ese andar de los caminos
por el que se iban cantando nuestros ponchos.



III

La lluvia cae en ocasiones
como una danza sensual por las paredes
de los pueblos de la sierra
                                         gota
                                                tras
                                                       gota.
La lluvia alcanzaba para todos
como un abrazo
o una campana de iglesia en los domingos.
La mañana era plena y
coronada de espejos luminosos.
La edad se nos metía en la piel
como un beso aventurero que encantaba el corazón de los muchachos.
Hoy la edad se nos clava como un garfio en la garganta
y la lluvia cae en ocasiones
como una fiesta macabra
en la angustiada noche que nos cubre.
La ciudad es una cumbre sin la promesa del paisaje,
más la promesa del vuelo irrefrenable es seductora;
y hasta aquí llegamos con nuestros dedos ahuesados
que recogemos del suelo,
como quien recoge una moneda para el pan de la tarde.

Yo poblé la ciudad
y luego otras ciudades
y con las ciudades los caminos
y kilómetros y kilómetros
y relojes que acumularon sinrazones
como se acumulan los años en un racimo de historia,
como se acumulan las gentes en el teatro de la zoología.

Yo soy un habitante,
el testigo de un siglo y de otro,
el que vio con tristeza
como se nos fueron cayendo los colores del cielo.
En aquellos años no lo sabíamos,
pero cantábamos el advenimiento del caos.
Nos alegraba el estruendoso anuncio de la lluvia.
Cada gota al caer nos plantaba una flor en el pecho.
Con el tiempo entendimos que la tormenta edificaba el arcoíris,
que la danza gris de la tarde
anunciaba el nacimiento de fabulosos actos creadores.

Es cierto que la lluvia caía como un telón oscuro
sobre tejados coronados por el polvo,
pero cómo nos fecundaba la tierra y los sentidos.
¿Cómo no íbamos a amar la lluvia,
si los campos de frondosos robles se nutrían?
¿Cómo no bendecir su mano extendida en todas direcciones,
si el arado penetraba
y la semilla germinaba
y el campesino se alegraba?
¡y bendita seas lluvia!
¡y bendita seas tierra!
¡y benditas todas las cosas que brotaban!

No lo entendíamos entonces,
pero este caos lluvioso
nos edificaba un arcoíris en el cielo
y un arcoíris en la tierra.
Aprendimos a amar los colores
antes de complacernos en un paisaje de Van Gogh.

La lluvia edificó mi niñez.
La lluvia mostró que la belleza o el orden o el equilibrio
surgen de explosiones que desatan universos.

Lo que no supimos
es que la vida se extendía más allá
de las fronteras de la sierra y de esos años.
El tiempo se encargó de señalar nuevos senderos;
y la lluvia continuó su labor de arquitectura. 



IV

Yo abracé la lluvia
y en ella maduró esta fe de tardes frías.
Aprendí a mirar los tejados
como una larga exhalación de recuerdos.
Aprendí a construir mis días
como las nubes construyen su violencia.
Aprendí a sostenerlos
como quien sostiene un árbol que se cae.
Aprendí que la violencia es sólo un preludio
de una vida que vendrá.
Aprendí a sembrarme lluvias en el pecho
y, con las manos, construirme un arcoíris que colgaba en las paredes.

Los días son una continuidad de ruidos y silencios.

No imaginé que era tu nombre el que cantaría
y he cantado tu nombre.
Cada sonido como un dardo afilado
que construye mi nueva arquitectura.   

Yo soy el que llega en el ocaso,
yo soy el que sopla
y castiga las calaminas de las casas de los pobres.
Yo soy el que se arroja desde el cielo
y siembra y destruye según nos vengan el dolor y la alegría.
Yo soy el capitán, el exiliado.
Soy todos los hombres, soy ninguno;
el que edificó tu eternidad una noche de funestos aguaceros
que corrieron como una jauría de cuervos.

Y soy el arquitecto,
el que hará estallar el barro en universos corrompidos.



GOTTLIEB, EL NUEVO ARQUITECTO Y LA DESTRUCCIÓN DEL ARCOIRIS

En el exacto caos en que la noche actúa
desato tormentas y no dejo intactas piedra sobre piedra,
todo se diluye bajo el río torrentoso
por el que navega la vida.
En el exacto caos el agua avanza.
Se reduce a polvo toda piedra.

En el exacto caos todo funciona sin máscaras,
todo es rebelión, instinto, naturaleza.
En el exacto caos la noche avanza
y mi mente es un gatopardo agazapado.    

¿A dónde acudir?

En el exacto caos mi nombre se levanta
GottliebGottliebGottlieb

La mañana desciende hacia la bruma.
Es sólo el caos en que la noche actúa.

Yo persigo horizontes
y arrojo mis ojos a los ojos de un mendigo;
no me sirven los ojos.
En el exacto caos la vida avanza
pero no asistiré a su lento desenlace,
quiero destruir el orden, la belleza.
La noche avanza y no me alcanzan los ojos.

Yo persigo horizontes
y furioso me arrojo a las ciudades.
Se me caen las manos.
La vida avanza, la noche avanza, mi nombre avanza
y es largo como un amanecer que se retrasa
GottliebGottliebGottlieb
el mundo no me alcanza,
mis manos son inútiles para abrazarlo todo.

En el exacto caos me interrogo y me digo
que esta especie insuficiente
se retrae y se reduce hacia el polvo, cada vez más barro,
se me cae el miembro que es un lobo hambriento.
Mi eternidad ha sido devorada
y ya no me alcanza el miembro,
me es inútil toda extensión de mi cuerpo y de mi nombre.
La vida avanza, la noche avanza,
la terrible formación del barro avanza y mi nombre avanza,
y es el principio y el fin de todo.
GottliebGottliebGottlieb
La eternidad ya no me alcanza,
todo lo hemos devorado. Todo.

En el exacto caos en que la noche actúa
la lluvia se construye como el galope desbandado de los pájaros,
la voz se me cae, toda palabra es inútil, estéril
y se me hace necesario construir nuevos códigos
para comunicarme contigo, Oh humanidad, Oh desdichada;
palabras nuevas que crearán mundos nuevos.
Y en esta efervescente carrera por cambiar esto que vemos,
la noche avanza, la vida avanza, mi nombre avanza.
GottliebGottliebGottileb
Se me cae la voz y aviento palabras
contra la dura pared de mi caverna.

En el exacto caos en que la noche actúa
el tiempo ha comenzado a perderse en una maraña de dedos
que asoman desde la tierra, ahuesados como una súplica,
inútiles para convocar milagros.
Mis dedos no me sirven ni me alcanzan las súplicas.
La noche avanza, la tierra misma avanza
y es mi nombre el que toma distancia.
GottliebGittliebGottlieb
ya no me basta la noche
y he perdido mis dedos.

En el exacto caos en que la noche actúa
todo es incierto
Y en este universo de lírica y épica explosión
se destruye el arcoíris
y surge mi nombre:
GottliebGottliebGottlieb

¡ GOTTLIEB LEBERECHT M…!

 (Todos los poemas de esta selección pertenecen al libro “Arquitectura y Destrucción del Arcoíris”)
 

 Martín Córdova y Johnny Barbieri

 Martín Córdova Bran.- Nació en Huancabamba, provincia de la Sierra de Piura en 1985. Perteneció al grupo literario “Plazuela Merino” de Piura. Tiene por publicar los libros “La Última Rebelión de Prometeo” y “Arquitectura y Destrucción del Arcoíris”


No hay comentarios.: