Una entrevista que le concedió Martín Adán a Mario Campos en 1983* por los 60 años que cumplía la publicación de su primer libro: La Casa de Cartón, comenta cómo lo escribió y qué representa para él en ese momento. También lo importante que fue conocer a Emilio Huidobro (su profesor de gramática) para su formación como escritor. Por otro lado la desesperanza que siente frente a lo que le rodea, la soledad, la rutina y el fracaso de los poetas en la profecía:
«La principal sabiduría es el entusiasmo»
Entrevista de Mario Campos
Martín Adán: Yo no sé por qué tanto interés en un escritor ya pretérito. Un escritor del pasado sin ninguna vinculación estética con los nuevos tiempos ¿no? Yo soy un escritor de otro tiempo.
–¿De cuál?
M.A: De otro tiempo, lejos, Yo no sé
–No necesito decirle que es un escritor eterno. El más importante poeta vivo del Perú. No necesito…
M.A: …Muchas gracias, muchas gracias. «La República» ha dado la noticia de que en París se ha publicado «La Casa de Cartón» traducida al francés.
–Con notable éxito de crítica, Martín. Luego de casi sesenta años que apareciera ese libro ¿qué significado tiene esto para usted?
M.A: No sé, la verdad… y pensar que yo escribí «La Casa de Cartón» como un ejercicio de gramática. Mi profesor de gramática fue un español, Emilio Huidobro, el más grande gramático que ha venido jamás al Perú. Me enseñó en el Colegio Alemán. En mi clase los aficionados a la literatura éramos, yo, Estuardo Núñez, Emilio Adolfo Westphalen, y uno, que después fue pintor, pero que entonces no lo era: Ricardo Grau, nieto de Miguel Grau. En una clase anterior a la nuestra está Jorge Basadre, y en la posterior Luis Felipe Alarco, Carlos Cueto Fernandini, Alberto Wagner de Reyna. Ellos eran los más interesados en lo literario y en lo filosófico en el Colegio Alemán.
–Ahí empezó todo…
M.A: Sí pues, ese fue el ambiente en que me formé ¿no? El ambiente escolar, que estimulaba en todos los sentidos para la obra intelectual, para la obra literaria, para la obra artística. Yo diría que mi biografía se refiere sobre todo al colegio. Luego, en la universidad, yo ingresé con Estuardo Núñez. Pero Estuardo se dedicó sobre todo a la crítica literaria, como hasta ahora. Estuardo sigue siendo un hombre de pocas palabras, de poca actividad personal.
–Martín: Ese interés que convoca su obra, su persona, ¿qué le produce?
M.A: Vivo desvinculado por completo del mundo. He vivido por larguísimos años sumido en la bohemia.
–¿Por qué decidió apartarse del mundo, Martín?
M.A: Realmente, yo siempre estuve apartado del mundo. Mi familia era una familia conservadora, catolicísima. Mi familia era mi madre, una tía soltera y yo. Esa era mi familia. Y yo he vivido en ese ambiente ¿no?, quería liberarme de él.
–¿De ese ambiente familiar?
M.A: Bueno, no de mi ambiente familiar, no. Yo venero a mi familia. Pero me aburría. Yo era muchacho, pues, y bohemio. Entonces como era amigo de Honorio Delgado conseguí que me llevara a vivir al Pabellón Dos de Larco Herrera, Ahí seguí mis estudios universitarios tranquilamente. Ahí escribí mi tesis «De lo barroco en el Perú».
–Pero… ¿por qué el exilio, Martín?
M.A: Por apartarme de la bohemia. Yo quería concluir mi carrera de letras y seguir mis estudios de derecho, que concluí. He terminado el quinto de derecho. Pero no sentía vocación de abogado. Yo no me gradué de abogado sino como doctor en letras.
–¿Qué es la soledad para usted, Martín?
M.A: Es mi medio habitual, mi medio habitual.
–Logró vencerla…
M.A: Vivo en ella desde hace muchos años.
–¿Y no se cansó de ella?
M.A: No, no, no. Ya a los 75 años no estoy para pensar en cambios profundos.
–¿No te llama la atención nada?
M.A: No, no, no. Estoy jubilado en todo sentido.
–¿Ni si quiera le angustia el destino del Perú?
M.A: ¡Ah, sí! ¡Por supuesto! Me preocupa profundamente, pero nunca fui político. Nunca intervine ni quiera en la política universitaria. Nunca tuve vocación para eso. Fui amigo personal de Tomás Escajadillo y de ¿cómo se llama el otro?, ni recuerdo ahora su nombre. Bueno, ellos eran líderes universitarios en aquel tiempo. Y ni siquiera sé ahora a qué partido pertenecían.
–¿Qué es la palabra para usted, Martín?
M.A: Ha sido el «leit motiv» de mi vida, de mi vida literaria. Le digo que la influencia de Emilio Huidobro ha sido muy grande para mí. Pero yo me considero un gramático antes que un escritor. Pero ni gramático soy. Soy miembro de la Academia de la Lengua, y sólo cuando Riva Agüero y Belaunde fueron los directores, yo acudía a las sesiones, porque Raúl Porras me encontraba donde yo estuviera y me llevaba a viva fuerza a las sesiones de la academia, que ni me acuerdo si eran en la casa de Riva Agüero. De las que sí me acuerdo son de las sesiones en la casa de Víctor Andrés Belaunde. Y en ellas se debatían, digamos, sólo asuntos administrativos de la Academia. No había debates de otra especie.
–¿Qué noción tiene de lo que ocurre en el Perú de hoy? ¿Qué visión tiene de nuestra crisis, del gobierno actual?
M.A: Sobre eso prefiero no opinar. Estoy por completo alejado de esto. Yo fui compañero de colegio de Víctor Andrés Belaunde, y amigo de Rafael Belaunde, papá del presidente. Yo nunca tuve relación con él. Recuerdo, sí, que cuando era candidato pronunció un discurso en el cuál aludió a «La Mano Desasida», que es un poema mío sobre Machu Picchu.
–Luego de 20 años de soledad, ¿qué quiere verdaderamente Martín Adán?
M.A: Pasar los últimos años de mi vida lo más tranquilo posible. Pero mire nomás estoy enfermo, próximo a la muerte.
–¿Piensa mucho en la muerte, no?
M.A: No, no, no, no pienso en ella, pero la muerte sí. Son 75 años de mi vida. No somos eternos. Estoy en el umbral.
–¿Le angustia la idea de la muerte?
M.A: No… pero cuando muera no quisiera estar presente. (Y se ríe. Nerviosamente se ríe. Y es una risa alegre, burlona. Le ha divertido su ocurrencia. Se ríe de la muerte. Se muere de risa).
–Pensaba en sus problemas de lectura.
M.A: Hasta dentro de dos meses no se me puede medir definitivamente la vista para que pueda leer con anteojos. Ahora no puedo leer en absoluto. Pero no me angustia. Hace muchos años que leo poco, casi nada. Ya ni recuerdo lo último que leí.
–¿Qué tiempo hace que no escribe nada?
M.A: Hace muchos años. Desde mi último libro, que ni recuerdo el título. Creo que fue uno que publicó Juan, creo. Ya no he vuelto a publicar nada.
–Los críticos franceses se ha admirado de la sabiduría de un muchacho que escribió «La Casa de Cartón». A los 75 años, ¿se considera más sabio que ese lejano adolescente?
M.A: La principal sabiduría es el entusiasmo. Y yo no tengo entusiasmo para nada. Definitivamente, el entusiasmo es la mayor sabiduría. A los 75 años ya no hay entusiasmo.
–¿Qué hay, Martín?
M.A: Resignación, ganas de vivir en paz con lo que queda. Soledad.
–¿Cuándo se le fue el entusiasmó, Martín?
M.A: No sé cuándo, pero hace muchos años que estoy apartado de la Literatura.
–La literatura era su principal entusiasmo…
M.A: Sí, mis ganas de vivir.
–¿Nada le haría recuperar el entusiasmo, Martín? ¿Nada?
M.A: yo no he estado escribiendo y han ido acumulándose poemas míos para Juan Mejía Baca, él era quien los ha recogido, y los ha transcrito a máquina.
–¿Hay algo que le provoca ternura?
M.A: ¿Ternura?… nada en verdad. Soy un hombre apartado de toda relación inmediata con el mundo. Estoy viviendo mi vida a solas. Ya no tengo actividad, ni siquiera emotiva.
–Usted es uno de los hombres más lúcidos del Perú…
M.A: Pero hágame el favor! Mi vida ha sido un constante error! No he hecho más que errar! Si ni siquiera llegué a ser abogado!
–¿Fue un error ser poeta?
M.A: No lo sé…
–¿El más grande poeta vivo del Perú?
M.A: No lo creo, no lo creo. Yo no creo ser el más grande poeta del Perú. Es verdad que después de José María Eguren y de Vallejo… ya los que hemos quedado. Pero yo soy un pacifista, un hombre de derecha y un pacifista. Y también está Westphalen que escribió e influyó en la Literatura de nuestros días, pero que se ha apartado para siempre.
–¿Por qué dice que su vida ha sido un constante error?
M.A: Lo ha sido en el sentido real, en el sentido social. Pertenezco a una antigua familia de Lima y debía ser ahora, por lo menos, un vocal de la Corte Superior. ¿Y qué?: estoy de ex-bohemio, ni siquiera de bohemio.
–Pero sus poemas se van de mano en mano. Conmueve a la gente, la exaltan, la enternecen…
M.A: ¿Usted cree? ¿Se lee todavía en Lima? ¿Me leen?…
–¡Por supuesto!
M.A: Muchas gracias. ¿Pero cuántos conocen mi nombre verdadero?
–Hay mucha gente que sigue su poesía, lo que le ocurre a usted, ¿no lo cree, verdad?
M.A: No, no, no, admito plenamente lo que usted me dice. Pero me extraña.
–¿Por qué?
M.A: Porque creo que la gente de Lima lee poco, o nada. Lee noticias excitantes, o interesantes desde el punto de vista personal de cada cual. Pero no en sentido universal ¿no?
–Debe atormentarle haber producido tanto en un país que lee tan poco…
M.A: No crea: yo soy un hombre exiguo que antes que nada se considera un gramático.
–Usted es un poeta Martín… el más grande…
M.A: No, no. «La Casa de Cartón» fue escrita como ejercicio gramatical de las clases de Emilio Huidobro.
–¿Cuándo se quebró su vida, Martín?
M.A: ¡Mi vida!… Yo me aparté de lo social, de la bohemia, de mi constante trato con los literatos y con artistas. Me cansé de esa vida.
–En el Perú la extremada lucidez conduce a la autorreclusión y la autoeliminación…
M.A: No voy a hacer de mi caso, un caso universal. La mía es una experiencia personalísima. De mi generación, Xavier Abril, Westphalen, todos son hombres que han vivido su vida plenamente sin bohemia.
–Usted se arrepiente de su bohemia…
M.A: Yo no me arrepiento de nada. He llegado a los 75 años, vivo solo, estoy enfermo.
–¿De qué se enorgullece?
M.A: De nada, en absoluto. He escrito por rutina, por escribir. He escrito por exigencias de Juan Mejía Baca que iba acumulando poemas míos. Yo no tengo hogar. Me quedan algunos recursos económicos que me permiten vivir de mis rentas. Pero no siento mayor entusiasmo, ninguna ambición.
–Usted cree que es posible ser feliz en el Perú?
M.A: Algunos los consiguen.
–¿Quiénes?
M.A: No sé. Pero hay alguna gente que está feliz y bien establecida.
–¿Qué recuerda de Barranco?
M.A: En Barranco sólo tuve dos amigos que fueron Eguren y Estuardo Núñez. Eguren me recibía todos los domingos. Yo llevé a Estuardo a su casa. Eguren era un hombre extraordinariamente simpático, bondadoso, inteligente. Casi no hablaba de su poesía, y cuando hablaba de la obra literaria de sus contemporáneos, lo hacía siempre con extremada bondad. Con gran afecto pero sin mayor penetración crítica. Él fue mi primer amigo literario.
–Se dice que le negaron su ingreso a San Marcos porque usted puso como domicilio el Larco Herrera.
M.A: No es cierto. No tuve problemas para ingresar a San Marcos.
–¿Cuáles son sus razones para vivir?
M.A: No se vive por razones. Se vive por sentimientos. Se vive por instintos. Yo no creo que se viva por razones.
-¿Cuáles fueron entonces esas razones y esos instintos por los cuales usted vivió?
M.A: ¡Fueron tantos!
–¿Pero cuáles?
M.A: Creo que todo empezó con los estudios de gramática castellana, que seguí en el Colegio Alemán con Emilio Huidobro.
–¿Sabe qué, Martín? Yo pienso que usted no se quiere mucho…
M.A: Yo sólo sigo viviendo por rutina, aún los entusiastas viven por rutina de entusiasmo. Todos somos rutinarios. Ya estoy viejo.
–La rutina de la vejez. Pero Sánchez, creo, es diez años mayor que usted, ¡y ya lo ve!
M.A: ¡Ah, Sánchez! Fue mi profesor en el colegio y en la universidad. Yo quiero mucho a Sánchez. Nunca hemos coincidido en lo político, pero siento simpatía por él, y creo que él por mí.
–¿A pesar de todo?
M.A: Sí, a pesar de que más de una vez, Sánchez ha aludido a mi bohemia en forma poco prudente y hasta descortés.
–¿Cuál diría que fue la etapa más feliz de su vida?
M.A: Ya no recuerdo nada.
–¿Y qué espera sin embargo?
M.A: No sé qué irá a pasar en el Perú. Creo que ningún peruano lo sabe. A mí me preocupa mucho el futuro del Perú.
–Pero los poetas son un poco profetas…
M.A: no lo crea, somos pésimos profetas.
(*) Publicado en La Casa de Cartón. Editorial Iberoamericana Periolibros. 1990. Representado, en el Perú, por Manuel Scorza, distribuido por el diario La República.
Fuente: poetas del fin del mundo
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