ESCULPIR LA AURORA
No ejecutes el silencio,
un hambre de cebollas devora este momento:
si has de divagar que sea al filo de mis
dedos;
si has de anochecer que el mundo se disuelva
en fértiles senderos.
Hemos surcado el mar y los colores pero a
costa de olvidar el cuerpo.
Salimos en tropel a destruir las raíces secas
del tiempo.
Nada podría contener tanto ardor en un solo
infierno.
Nada ha de alterar el rumbo emprendido sobre
las alas del trueno.
¿Qué vacío nos envuelve cuando florecemos en
el cenit del verso?
¿Remontamos el grano de arena que se
interpone
entre la plenitud y la carencia de los
elementos?
Hay sed de tener sed, agonía de agujero:
luciérnaga que rasga la oquedad de una gota
de sueño.
Ofrendemos nuestra carne a la voracidad y al
fuego,
derribemos la muralla
que se expande
como la piel que nos
aparta de los más jugosos pétalos:
calcinemos el camino, humedad que desconoce
castillos de hielo.
Inundar la noche EN la sangre de los ASTROs
Desgastar
en el agua las palmas de mis manos,
retorcer
el equilibrio de tus ojos y tus pasos;
clamar
al fuego con la voz que ha poseído al pararrayos:
las
corolas de la tierra se abren mostrando dientes
que
jamás han sido contados, mis palabras erosionan
el
pensamiento que compartes con los pájaros:
¿Escapar
sin segar las raíces que nos atan a los astros?
¿Qué
fiera devora nuestra carne
si
me despojas de la piel al desnudarte?
Un
mar de furia se empoza entre los muslos sitiados
por
el empuje de mi vientre alado;
un
camino se deshoja, palidece como la sangre
que
en tu cuerpo ha delirado:
eres
la herida que el Sol me entrega en el ocaso,
cielo
que no despega de mis párpados,
espejo
azul donde se contemplan los relámpagos.
RARA AVIS
Para
Ana Akamine Yamashiro
La carne es esa flor
donde palidece
la oscuridad del fuego;
la muerte es esa luz
que reúne todos los sueños:
¿Olvidar la noche,
los minúsculos océanos?
donde palidece
la oscuridad del fuego;
la muerte es esa luz
que reúne todos los sueños:
¿Olvidar la noche,
los minúsculos océanos?
Podría terminar la
sangre,
la lluvia,
jamás el oleaje de pájaros
que moldea los ojos del tiempo:
no sé qué es el cielo
pero al despertar contemplo tu cuerpo:
los caminos confluyen,
se bifurcan alargando la ventana
por donde hemos lanzado
nuestros propios huesos:
renacer, sorber las sombras,
la lluvia,
jamás el oleaje de pájaros
que moldea los ojos del tiempo:
no sé qué es el cielo
pero al despertar contemplo tu cuerpo:
los caminos confluyen,
se bifurcan alargando la ventana
por donde hemos lanzado
nuestros propios huesos:
renacer, sorber las sombras,
precipitar el alba,
morir por un momento.
Las arenas invaden el aire,
la carne,
mi sangre que se extravía
en este océano yermo:
el tiempo es una sierpe que desfallece
al apretarme el cuello:
he oído a tantas gentes morir
sin invocar el nombre
que fue esculpido en mis huesos,
he vislumbrado al viento
fragmentar el cielo
que aún aplasta este desierto:
ahora estás aquí,
contemplando las sombras
que nos rodean
como los párpados del infierno;
y te preguntas quién es esta fiera
que perturba el reposo de un guerrero:
te he llamado y mi voz será tu voz
y habrá de gobernar sobre las aguas
y las dunas bajo el Sol sediento:
ave sin par que se remonta
hasta el cenit del silencio:
lava mi rostro para beber del Nilo de nuevo,
que la luz de Amón penetre mis fauces,
la oscuridad empozada en mis adentros;
rescátame de este naufragio perpetuo
y tuya será la tierra
que ha de acoger los trigos, las bestias,
los ojos húmedos del labriego:
tuya será la vastedad del firmamento:
porque las estrellas
son lágrimas de dioses muertos;
y yo soy el león
que devora su propio cuerpo,
sarcófago de un corazón arrancado del fuego:
despierta, hijo mío;
haz que estas palabras
sean repetidas por milenios,
que la piedra perennice su alma
al volar hacia la profundidad de mi pecho:
hallarás la eternidad, lo prometo;
tus cenizas serán semillas de otros reinos,
y no dormirás
aunque la noche se cierna sobre el hombre
que volvió a nacer ante la desnudez de mis sueños.
VÉRTIGO
Hay cuerpos que desnudan
sus colores imperfectos,
la tierra que los perpetúa
bajo el prolífico firmamento.
Hay pieles que bifurcan
árboles eternos;
melodías fantasmales,
constelaciones diseminadas en el hielo.
Existen voces que irradian
aves arrancadas a los lienzos;
ecos de flores azules,
fósiles engendrados por el fuego:
auroras donde astros
se vuelven vórtices de avernos.
¿Podría haber algo más incierto
que las palabras pronunciadas
como miríadas de insectos?
No en vano se presencian flamas,
cardúmenes fieros;
el tiritar de cometas sobre abismos,
voluptuosidad atrapada en truenos.
Nada se podría advertir entonces,
salvo un reverdecer ubérrimo:
hemos de sucumbir durante la noche
eclipsados por nuestros propios sueños.
Grover González Gallardo nació en Cajamarca
en 1,971. Es ajedrecista y abogado egresado de la Pontificia Universidad
Católica del Perú. Ha publicado el poemario “Manantial en el
espejo” en el 2,013 por la editorial Pasacalle. Es miembro del Liceo Poético de
Benidorm de España. Ha sido miembro del grupo poético Rara Avis. Ha realizado difusión cultural y poética a través de la
Peña Poética El Rincón Guapo. En el 2,016 fue editado su segundo libro “Sueño
de las sombras” bajo el sello editorial Vicio Perpetuo. Una versión más
reducida del “Sueño de las sombras” de solo 48 poemas resultó finalista de
antología en la XVII Bienal de Poesía del premio COPE de Petroperú en el 2,015.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario