lunes, octubre 26, 2009

Es huérfano el corazón del miedo

Andrea Cabel.
Uno rojo.
Lima: Colección Underwood, Pontificia Universidad Católica. 2009

“Es huérfano el corazón del miedo”

Por: Carlos Villacorta Gonzáles

“Dos mujeres caminan por la calle / sugiriendo efecto mariposa, terremoto y oleaje inmenso”, así escribió Andrea Cabel en su poemario del 2006. Tres años más tarde, la joven poeta nos enfrenta a este verso: “los padres no existen, son viejas armas de guerra, / excusas falsas para evadir la sensación de estar solos” (Tomado del poema “el once”, con el que se abre Uno rojo). ¿Qué experiencia lleva del recorrido telúrico de Las Falsas Actitudes del Agua a esta revelación familiar con que abre su breve pero intenso nuevo poemario?
En este libro, la poeta peruana nos enfrenta a dos momentos claramente diferenciados. Los seis poemas que conforman la primera parte del poemario presentan a un sujeto que experimenta una extrema sensación de soledad debido a la ausencia/partida del otro a quien se ama. A partir de este momento, la mirada de Cabel en Uno rojo se fija nuevamente en los objetos pues en ellos se deposita la sensación de abandono y de eternidad (la piedras, el arroz, el caracol). De esta manera, el espacio se desdobla “la inmensa bóveda de soledad se abre en dos, en tres”, “la cama se hace dos veces ella”. Y el tiempo se experimenta como uno sin movimiento: se vive en la eternidad sin vista de escape. Así pues, objetos, espacio y tiempo no se presentan para resolver la situación sino para acentuar el encierro en el que se encuentra quien habla.
Las consecuencias de esta experiencia se pueden resumirse en el siguiente verso “es huérfano el corazón del miedo” (del poema “los deseos y la piedras”). Efectivamente, quien se enfrenta al silencioso abandono contempla en los objetos el lento y cruel paso del tiempo sin mayor respuesta que la opresión del miedo. Es decir, un encierro interior que no permite articular más palabras: el miedo lo invade todo y no hace más que afirmar la orfandad de quien habla. Esta sensación queda excelentemente graficado en la portada del libro (una bella foto del joven poeta Miguel Ángel Malpartida). En ella, una vieja bicicleta a la que le falta la rueda delantera sirve como representación del vasto mundo interior ahora reducido a un objeto que ha quedado inválido y huérfano.
Frente a esta situación sólo queda la recuperación de los espacios compartidos. El recuerdo es el medio para regresar sobre lo perdido y sirve como cobijo al sujeto de estos poemas. De ahí que el poema “pagasarri” sea una clara referencia al refugio que se encuentra en las montañas de Bilbao, al domingo como día donde se pasea y se comparte con la pareja que funciona también como la familia, donde la naturaleza sea el espacio adecuado para expresar la totalidad. Así mismo, la presencia del poeta italiano Cesare Pavese como epígrafe en el mismo poema nos remite al texto italiano original “La tierra y la muerte”. Este consta de nueve partes y fue escrito para Bianca Garufi, amada de Pavese. Estos epígrafes no hacen sino confirmar la fuerte sensación de que nos encontramos frente a poemas escritos y dirigidos a un fuerte tú específico y con necesidad de establecerse como una respuesta cuando no como una explicación para quien habla. Si bien toda carta tiene a otro como destinatario, ¿no siempre se escribe o se responde ante todo para uno mismo? ¿No son acaso esas “cartas de calor” que “llegan silenciosamente” (como se cita al inicio) las que provocan y desencadenan la respuesta de la escritora en forma poética, en forma de este brevísimo pero intenso poemario. ¿Quién más es el destinatario? ¿la amada, el lector, el mismo autor?
El segundo segmento titulado “la eternidad de una esquirla —una obra sin telón—” recrea una conversación entre una pareja de amantes. Más que ser una complemento a la primera parte, como una suerte de explicación al sujeto abandonado de los primeros poemas, la eterna puesta en escena de esta obra revela el espacio donde se encuentran atrapados ambos sujetos. El tiempo envuelve a la memoria de quien recuerda una y otra vez los restos de esa totalidad de la que ya ambos sujetos no quieren o no pueden ser parte: “insistes. mi cuerpo murmura cielos y mares.” El recuerdo aparece como un arma de doble filo: al afirmarse como eternidad, se actualiza también esa lado oscuro, ese lado que no es solo risa, mar y libertad sino también golpe, esquirla y fragmento.
Lo que queda es justamente aquello que es inasible: el murmullo, la sombra, la risa, la brisa. Es decir, la sombra de recuerdo, la sombra que yace tras los objetos. De esa historia, los protagonistas no pueden desandar el trágico final, pues siendo actores de esta obra no conocen o no pueden encontrar a un narrador “que hile el desencuentro,” y sólo pueden reafirmar “un golpe al no encontrar nuestros brazos”. En ese sentido, el corazón huérfano revela una verdad emitida en el primer verso “los padres no existen, son viejas armas de guerra”. La revelación es que el problema de la soledad está ya reflejada en un tiempo anterior, donde la pareja familiar no es otra cosa que una reactualización de una batalla que evita la única y real guerra eterna e interna: aquella que se libra una y otra vez frente a uno mismo, frente a la nada.
Cabel, con Uno rojo, afrenta el desdoblamiento del yo interior en el vasto universo de objetos que aparecen y desaparecen en el vacío. Frente a este mundo en que se yace atrapado, Cabel encuentra verdades profundas que permiten afirmar(se) para evitar cualquier pérdida del yo: Uno y Rojo, afirma estoicamente la poeta, estableciendo contra ese miedo y esa la soledad la unidad del sustantivo. No la del verbo creador, sino la de la unidad que es nombre (y al mismo tiempo adjetivo). ¿Nos encontramos aquí frente a una propuesta estética? Sin duda. Andrea confirma que la poesía no es hacer o colocar verbos solamente, sino construir a partir de esa capacidad indestructible que tienen los objetos, especialmente el fragmento. Uno rojo en sus brevísimos poemas presentan nuevamente un trabajo poético que sorprende por su orfandad y que demuestra una vez más que la buena poesía no necesita de rótulos (pura, social, hermética o conversacional) para brillar por sí sola.

Maine, 20 de octubre del 2009

Carlos Villacorta Gonzáles. Es doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Boston en Massachussetts y actualmente se desenpeña como profesor en Colby College en Maine. En 1998, formó parte del grupo de poesía Inmanencia con el que publicó los libros colectivos Inmanencia (1998) e Inmanencia: Regreso a Ourobórea (1999). Sus libros incluyen el grito (2001) y Triptico (2003) y Ciudad Satélite (2007). Ha hecho la selección y antología de Los relojes se han roto: Antología peruana de los noventa (Guadalajara, 2005), así como Antología de Poesía Perú - Ecuador 1998-2008. Poemas suyos han aparecido en la antología de Hostos Review / Revista hostosiana - Destellos Digitales: Escritores Peruanos en los Estados Unidos 1970-2005, Cutbank entre otras. Además, diversos artículos suyos sobre crítica latinoamericana han aparecido en revistas académicas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Andrea Cabel es la mejor poeta de la Generación del 2000, ya quiero leer este libro que ha sacado, debe ser muy bueno para recibir tan pronto reseñas y comentarios....