sábado, noviembre 14, 2009

Uno Rojo de Andrea Cabel por Ildefonso

Andrea Cabel

Uno Rojo de Andrea Cabel

Por: Miguel Ildefonso

Uno Rojo (Colección Underwood, 2009) de Andrea Cabel (Lima, 1982) es un breve libro de poemas en verso y prosa lleno de un delicado y, a su vez, intenso lirismo, con un excelente manejo del lenguaje y las imágenes. En un ámbito cerrado la tensión entre realidad y deseo se hace llama y ceniza, o, como en Pizarnik, música y silencio. En ese conflicto participan algunos personajes, que fluctúan entre la inocencia y la maldad: “los padres no existen, son viejas armas de guerra”. Nos encontramos en una historia dentro de un sueño, de donde brota el dolor, dejando al aire las raíces de nuestra incertidumbre y nuestros miedos: “es huérfano el corazón del miedo”. Dicha orfandad nos despoja de la tierra, nos exilia (como un día rojo en el calendario nos arroja del tiempo); por ejemplo, en Bilbao, allá Vicenta y el mar, en esa desolación se encuentran la anciana y la llama apagada de la noche que ahora es resaca del día: “giramos el paisaje, es verde, y verde siguen los barcos”. Hermetismo pero música, piedra en que resuena el movimiento del cosmos: “¿qué queda de ti por la mañana cuando tus muelas se arremolinan y cercan la espuma?” Si lo cotidiano se hace mito, fantasía, surrealismo, no es sino para acceder a lo uno (“toda perfección siempre es lo Uno/ en el Espíritu”, escribió Hölderlin). Accedemos a otra realidad acorde con nuestro anhelo de intemporalidad, porque somos prisioneros del tiempo, prisioneros de revivir líricamente lo perdido para siempre, y porque no hay certezas, y porque solo hay deseo y melancolía: “quédate mordiendo la materia agria de estar sola, de estar tantas veces tan sola”. Habitamos como fantasmas, pero queremos expandir la casa del cuerpo, la casa del alma: “quién desaparece buscando un lado igual, una antigua imperfección”. Y es entonces, por eso, que la realidad se desmorona y empieza el simulacro, el drama descarnado, “sin telón”: la eternidad de una esquirla, a modo teatral, a modo de Mallarmé, es el poema final de estos personajes-símbolos, que se materializan en cuerpos amantes, y que rompen la oquedad de la casa del silencio: “mi cuerpo murmura cielos y mares”. Porque si la memoria habita el deseo, allí, donde no hay olvido, es porque aun persiste su voz: “el amor/ es atroz amarte”, nos dice. Y el teatro perpetuo sigue allí, habitando lo no habitable, el poema: “diga lo que diga tu madre, veríamos que la ropa son los disfraces”. Por un resquicio de la casa del lenguaje atisbamos la felicidad (la gratitud o el recuerdo); y por un resquicio de la palabra, el amor y su mundo: uno rojo.

saudade

se llenan tus ojos amplios, tu voz de animal
encerrado, silenciosa lágrima tornasol, quédate
toda la noche y respira en mi espalda, dime que
el espacio no son rostros, no son dientes o jaulas
que giran y permanecen. acerca la voz de esos
pájaros libres, sobrepasa la sensación de
prestigio, de estirpe, quédate mordiendo la
materia agria de estar sola, de estar tantas veces
tan sola.

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