Crece el malestar por el caótico proceso de selección de los ganadores
Más o menos, hay consenso: Tomas Tranströmer es un buen Nobel de Literatura: valioso por su poesía, noble vitalmente, y aún por descubrir para el gran público. Puede que eso, la aparición de un nombre desconocido, decepcione a parte de la opinión pública (y de ahí todos los chistes en las redes sociales), pero la historia reciente del premio está lleno de nombres mucho más discutibles.
El problema, por tanto, no está esta vez en el fallo, como ha ocurrido con el Nobel de la Paz, sino en el proceso. Las críticas por el cómo se eligen los Nobel de Literatura se han intesificado durante las últimas dos semanas.
Lo gracioso es que fue el nuevo presidente del jurado, Peter Englund, el que animó la polémica dos días antes del fallo, cuando anunció que su equipo trabajaba para solucionar la tendencia al eurocentrismo de su palmarés. Englund dijo la semana pasada que "le preocupaba la posibilidad de que su jurado se estuviera perdiendo algo verdaderamente importante en literaturas como la de Indonesia, por ejemplo" y que, para ello, había incrementado de 10 a 15 el número de 'scouts', de consejeros que presentan informes sobre los candidatos al Nobel.
En realidad, Englund contestaba a la presión recurrente, por contar con un Nobel estadounidense. La polémica es conocida: a su predecesor en el cargo, Horace Engdahl, le preguntaron por los Roth, Pynchon, McCarthy y compañía y contestó que si no recibían el Nobel era porque estaban demasiado ensimismados en su cultura. La semana pasada, Englund evitó sumarse a la metedura de pata de Engdahl, pero explicó que, si algo le preocupaba, no era ignorar a los autores norteamericanos, sino a los candidatos procedentes de idiomas con menos repercusión en el mundo "como el indonesio".
Bonitas palabras. La pega es que dos días después, la Academia Sueca eligio a un poeta sueco.
"¿Qué va mal en el Premio Nobel de Literatura?" fue el título del artículo que Tim Sparks (novelista y profesor universitario en Milán) contestó al fallo a través de la prestigiosa 'New York Review of Books'. Su texto explica bastante bien lo que la pregunta plantea.
Primer problema: la composición del jurado. 18 personas, casi todos ellos profesores universitarios, todos ellos suecos, casi todos hombres y, en genreal, bastante mayores. Sólo uno de los jurados nació después de 1960. Y eso ocurre porque el puesto de académico es irrenunciable, para toda la vida "una cadena perpetua", según Sparks. Este año, en la necesidad de renovar una plaza, la Academia se encontró con que dos personas renunciaron a entrar en el jurado. Una de ellas, porque no le perdonaba al jurado su respuesta pusilánime a la fatua contra Salman Rushdie y la otra, porquue seguía enfadada con el Nobel del Elfriede Jelinek.
Segundo problema: el mecanismo por el que las candidaturas llegan a los jurados. Sparks explica que los 'scouts' del Nobel, que permanecen en el anonimato, elevan un número de propuestas inabarcable para los jurados. ¿Es posible, por tiempo, que un profesor, con sus obligaciones profesionales, lea una sola obra del centenar de candidatos que aparece en su agenda cada año? La respuesta es que ni siquiera es posible por una cuestión material. No todos los autores llegan al sueco traducidos.
Por eso, la tentación del jurado ha sido, durante muchos años, la de hacer geopolítica con su palmarés, pitar de oídas y compensar un fallo con otro. Como los malos árbitros en el fútbol.
El problema, por tanto, no está esta vez en el fallo, como ha ocurrido con el Nobel de la Paz, sino en el proceso. Las críticas por el cómo se eligen los Nobel de Literatura se han intesificado durante las últimas dos semanas.
Lo gracioso es que fue el nuevo presidente del jurado, Peter Englund, el que animó la polémica dos días antes del fallo, cuando anunció que su equipo trabajaba para solucionar la tendencia al eurocentrismo de su palmarés. Englund dijo la semana pasada que "le preocupaba la posibilidad de que su jurado se estuviera perdiendo algo verdaderamente importante en literaturas como la de Indonesia, por ejemplo" y que, para ello, había incrementado de 10 a 15 el número de 'scouts', de consejeros que presentan informes sobre los candidatos al Nobel.
En realidad, Englund contestaba a la presión recurrente, por contar con un Nobel estadounidense. La polémica es conocida: a su predecesor en el cargo, Horace Engdahl, le preguntaron por los Roth, Pynchon, McCarthy y compañía y contestó que si no recibían el Nobel era porque estaban demasiado ensimismados en su cultura. La semana pasada, Englund evitó sumarse a la metedura de pata de Engdahl, pero explicó que, si algo le preocupaba, no era ignorar a los autores norteamericanos, sino a los candidatos procedentes de idiomas con menos repercusión en el mundo "como el indonesio".
Bonitas palabras. La pega es que dos días después, la Academia Sueca eligio a un poeta sueco.
"¿Qué va mal en el Premio Nobel de Literatura?" fue el título del artículo que Tim Sparks (novelista y profesor universitario en Milán) contestó al fallo a través de la prestigiosa 'New York Review of Books'. Su texto explica bastante bien lo que la pregunta plantea.
Primer problema: la composición del jurado. 18 personas, casi todos ellos profesores universitarios, todos ellos suecos, casi todos hombres y, en genreal, bastante mayores. Sólo uno de los jurados nació después de 1960. Y eso ocurre porque el puesto de académico es irrenunciable, para toda la vida "una cadena perpetua", según Sparks. Este año, en la necesidad de renovar una plaza, la Academia se encontró con que dos personas renunciaron a entrar en el jurado. Una de ellas, porque no le perdonaba al jurado su respuesta pusilánime a la fatua contra Salman Rushdie y la otra, porquue seguía enfadada con el Nobel del Elfriede Jelinek.
Segundo problema: el mecanismo por el que las candidaturas llegan a los jurados. Sparks explica que los 'scouts' del Nobel, que permanecen en el anonimato, elevan un número de propuestas inabarcable para los jurados. ¿Es posible, por tiempo, que un profesor, con sus obligaciones profesionales, lea una sola obra del centenar de candidatos que aparece en su agenda cada año? La respuesta es que ni siquiera es posible por una cuestión material. No todos los autores llegan al sueco traducidos.
Por eso, la tentación del jurado ha sido, durante muchos años, la de hacer geopolítica con su palmarés, pitar de oídas y compensar un fallo con otro. Como los malos árbitros en el fútbol.
Fuente: El Mundo.es
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