Piensas en lírica e inmediatamente viene a tu mente aquello de "Malos tiempos para...". Y sí, quizá sean malos tiempos para todo, pero no especialmente para el verso.
Resulta que los señores del Nobel, que bendicen con su fallo anual a quien ya se ha bendecido previamente con su trabajo de premio, han posado esta vez sus ojos, para el galardón literario, en un artista de los versos. Esta tarde Tomas Tranströmer recibe el Nobel de Literatura. Es el primer sueco que lo logra en 37 años. Es profeta en su tierra. En lo literario y en lo económico. Porque resulta que vende como nadie, y no solo libros: un sujetalibros metálico con su silueta es de lo más solicitado como regalo navideño en Estocolmo.
Quién se lo iba a decir a Tranströmer cuando pasaba sus días entre rejas, atendiendo como psicólogo a presos en las cárceles suecas. Y quizá por esa formación profesional su vocación artística, la poesía, se articula en torno al compromiso con lo personal y a la atención a lo cotidiano.
Me lo explicaba el poeta Carlos Pardo, el prologuista de uno de sus últimos títulos en castellano, "El cielo a medio hacer" (Ed. Nórdica), cuando, días después de la concesión del Nobel, le pregunté por el nuevo galardonado. Sus líneas en el prólogo no dejan lugar a dudas: "Digamos que se concentra en el mundo para eliminar todo aquello que molesta a la percepción, empezando por un estorbo conocido: el propio poeta. Pero al desaparecer Tranströmer, encuentra su propia vida. Me explico: suele llamarse sencillez a una fórmula asumida en la que alguien digiere por nosotros y lo devuelve en forma de reflexiones. No es su caso. Tranströmer se limita a recoger y limpiar un puñado de imágenes sanadoras".
Otro poeta español, Antonio Lucas, ha sido uno de los más firmes apostantes por el Nobel a Tranströmer. De hecho, horas antes de conocerse el galardón, Lucas hacía la quiniela ganadora en el diario El Mundo y se adelantaba a la evidencia. Después lo explicaba así: "Le tocaba por demasiados motivos. Esencialmente por el único que importa, porque es un excelente escritor que viene de la sorpresa y del manadero de los clásicos. De la imagen que estalla con delicadeza y del compás latente de Horacio".
Junto al inefable Nobel, este año otro de los grandes galardones literarios, el Cervantes, ha recaído en otro poeta: Nicanor Parra, máximo exponente de la antipoesía, ese movimiento que desafía la tradición del verso apoyándose en el lenguaje de lo cotidiano, alejado de esa elevación a menudo artificial de lo sublime. Y cabe preguntarse así si acaso la poesía vive un momento de esplendor. O si lo ha vivido siempre, pero resulta que ahora se habla de ella y, por tanto, se vende. O si, en último término, vender es lo importante para un poeta.
Presumo que no. Y me zambullo en una estrofa de Antonio Lucas:
"Así también el poema:
un corazón tendido,
un festín de desamparos,
un idioma exacto,
casi un pájaro, Ezra.
¿De qué ha servido?"
Antonio Lucas, "Los mundos contrarios" (XXX Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla), Ed. Visor.
fuente:diariocritico.com
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