sábado, agosto 04, 2012

De Shakespeare a Ana Rosa: “La historia del plagio es la Historia de la Literatura Universal”


El novelista, dramaturgo y poeta Manuel Francisco Reina publica El plagio como una de las bellas artes, un ensayo que ahonda en "uno de los temas más candentes y morbosos del mundo editorial". Desde la sombra de plagio que se cierne sobre la figura del genio británico Shakespeare hasta uno de los casos más contemporáneos, el de Ana Rosa Quintana en su debut novelesco. “Casi me atrevería a decir que la Historia del Plagio es la Historia de la Literatura Universal, desde sus albores y textos fundamentales”, afirma Reina en una entrevista con El Imparcial.

Por: Laura Crespo.

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La duda sobre si el archiconocido ’ser o no ser’ de Hamlet salió de la pluma de Shakespeare o de la de su firme competidor literario Christopher Marlowe está ya con un pie fuera de la caja de los tabúes históricos. Menos popular —y, quizás, más hiriente para un aficionado a las letras español- es la imagen de un joven Lope de Vega ejerciendo de ’negro’ del ya afamado Cervantes con un manuscrito de El Quijote entre las manos. Ya en el siglo XXI, el Sabor a hiel se le quedó a la periodista y presentadora Ana Rosa Quintana en la garganta tras un debut literario en el que la sombra del plagio hizo una aparición estelar.

Estos son sólo algunos de los casos de plagio de la historia de la literatura que recoge el libro El plagio como una de las bellas artes (Ediciones B), recién publicado por el novelista, dramaturgo y poeta Manuel Francisco Reina.

En una entrevista con El Imparcial, Reina describe el espíritu de este nuevo trabajo parafraseando a Pío Baroja en aquello de “todo lo que no es autobiográfico es plagio”. Sobre el aséptico escenario que brinda el ensayo —“no es un libro que pretenda hacer sangre de nadie”, aclara-, el autor hace un viaje transversal por “uno de los temas más candentes y morbosos, además de oscuros, del mundo editorial contemporáneo”. Reina desnuda su intención ya desde el título de la obra, que “toma prestado” de Thomas Quincey y su Del asesinato como una de las bellas artes. ¿Un guiño o un plagio sobre el plagio? “Las fronteras son muy sutiles”, señala el escritor, quien reconoce que incluso en el ámbito legal “no es tan fácil”, ni siquiera en los casos “más flagrantes y evidentes”, porque “enjuiciar la intencionalidad es algo muy subjetivo” y entran en juego “conceptos como intertextualidad, tradición literaria u homenajes, que abren un territorio intermedio de brumas de difícil dilucidación”.

Desde la irrupción contemporánea del copyright, los casos de plagio mueren —o deberían- en los tribunales. Sin embargo, mucho antes de que los derechos de autor se convirtieran en una señal de stop para los demasiado curiosos, la Literatura ya estaba plagada de acusaciones de copia. “Casi me atrevería a decir que la Historia del Plagio es la Historia de la Literatura Universal, desde sus albores y textos fundamentales”, asegura Reina a este periódico y pone de ejemplo los poemas “gemelos” del griego Safo y el romano Catulo.

A través del estudio de textos literarios e históricos, Manuel Francisco Reina presenta una evolución del concepto de plagio de textos, desde una, casi, necesidad en el Siglo de Oro, cuando “quien no cimentaba su literatura en tópicos, traducciones o tradiciones previas no era tenido por un autor culto”, pasando por las acusaciones con intereses políticos ocultos que estallaron en el siglo XIX y se han heredado en nuestros días, hasta los siglos XX y XXI, cuando la irrupción de las nuevas tecnologías y el poder de las editoriales configuran “el verdadero campo de batalla del plagio”, según el autor.

“Monstruos televisivos”

Según Reina, buena parte del siglo XX ha servido para engordar el poder los grupos de comunicación, editoriales incluidas, lo que terminado situando a ciertos factores culturales al servicio de las ventas. “Es lo que se ha venido a llamar las cocinas editoriales”, explica el autor, “que han potenciado a personajes que tenían muy poco de intelectuales, arribistas suburbiales de la popularidad a cuyo servicio ciertas editoriales han puesto negros literarios en beneficio mutuo”.

“Hay ejemplos de actores y actrices porno, protagonistas del papel cuché, etcétera, que han editado supuestas memorias o autobiografías a los que, sin desmerecer sus vidas, interesantes sin duda, no les conocemos una cultura o capacidad de comunicación demasiado rica”, concreta Reina.

Sin embargo, a veces esta rueda de beneficios se puede volver en contra de algunos de estos escritores mediáticos, como algunos periodistas que, siendo “muy capaces de escribir sus propios libros”, pueden equivocarse. Es el caso de Ana Rosa Quintana, acusada de plagio en su primera novela, Sabor a hiel, que fue retirada del mercado aludiendo, primero, a que la reproducción de algunos párrafos de otras autoras se debía a un error informático, para señalar después como responsable a un “estrecho colaborador”, eufemismo de ’negro’ según la rumorología, de la presentadora.

Pero, ¿se puede ser hoy por hoy escritor y no ser mediático? Reina reconoce que, aunque no es imposible, sí es más difícil. “Cada vez hay menos espacios puros para el debate intelectual y sosegado. Yo recuerdo apariciones en espacios de magazines televisivos de escritores e intelectuales tan conocidos como Vargas-Llosa, Umbral, Terenci Moix, Fernando Arrabal, Dragó… y a nadie causaba escándalo. Creo que, en algunos aspectos, el divorcio de la sociedad de sus intelectuales ha tenido que ver mucho con un snobismo malentendido de clase que ha dado pie a que otros advenedizos ocupen su lugar”, sentencia el autor.

Arma política

En cualquier caso, Reina considera que el caso de Ana Rosa “fue uno de los pocos en los que el protagonista reconoció sus culpas públicamente, lo gestionó bien y el público y la sociedad acabó reconociéndoselo”.

La gestión de una acusación de plagio es, según señala Reina, muy delicada puesto que el daño a la imagen y al crédito puede permanecer aunque se desmienta la copia. “El plagio se usa también como arma de desprestigio o intento de menoscabo de la reputación”, explica, y menciona dos de los casos “más evidentes y sangrantes” que también se abordan en el ensayo: el de Mario Vargas Llosa, “al que el gobierno de Fuyimori no se conformó con acosar política, personal y socialmente, sino que también atacó en lo más sagrado de un escritor”, y el de Luis Alberto de Cuenca, “al que se le acusó al mes de ser nombrado secretario de estado de Cultura”.

Cuando el autor está vivo, como en el caso de Moratín descrito en el libro, el trance puede llevarlo a una aprensión a la escritura. Y luego están esos a los que Reina llama “las vacas sagradas”, como Shakespeare, Cervantes o Dante, sobre los que pesa la sombra de la trampa pero cuyos presuntos delitos no se investigan a fondo, “probablemente” porque con ellos moriría una parte ya asumida de la historia de la literatura.

Actualmente, Reina considera que “lo más indignante es cómo los supuestos compañeros de gremio, tan insolidario como el periodístico, se lanzan a la yugular ajena a la menor oportunidad, ajustando las propias cuentas, en vez de dirimirlas en el medio literario, que debiera ser el apropiado”.

Globalización tecnológica

Además del poder político heredado y el más nuevo poder mediático, el plagio literario se ha visto alterado irremediablemente en el siglo XXI por las nuevas tecnologías. En este sentido, Reina reconoce “la cara y la cruz de estos tiempos”. Por un lado, los nuevos soportes “facilitan la difusión, la globalización” pero, por otra parte, “el anonimato de estos medios también dificulta el control y la persecución de estos delitos, como de otros tantos”.

El autor de El plagio como una de las bellas artes va un poco más allá y opina que “el problema es que la cultura del ’todo gratis de la red’ está siendo utilizada, interesadamente, por las grandes multinacionales de los medios; se machacan a los creadores, casi en la indigencia hoy, y sus organizaciones, pero nadie piratea a quienes se lucran de servirnos ADSL o telefonía móvil”. “Lo irónico”, continúa, “es que llegarán momentos en los que estos contenidos musicales, cinematográficos, o literarios dejarán de existir, esquilmados, y los mismos servidores no tendrán que ofrecer nada nuevo”.

En este sentido, Reina apuesta por un “cambio de las reglas del juego y las leyes” porque de lo contrario “la cultura volverá a formar parte de las élites más elevadas, sustrayéndosela a la mayoría”.

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