El escritor publica la novela 'Cárceles imaginarias', ambientada en el anarquismo de la Barcelona de finales del XIX, "un freno muy grande a la democracia en España", opina
La memoria como territorio resbaladizo sobre el que sin embargo nos constituimos, y por encima de todo el azar, en cuyas insondables leyes cree profundamente Luis Leante, son los dos grandes temas que explora el escritor murciano en su nueva novela, Cárceles imaginarias, publicada por Alfaguara. Y lo hace mediante una historia que transcurre en distintos escenarios -Barcelona, Manila y Valparaíso- y en épocas diferentes.
El libro ofrece también una aproximación a los movimientos sociales de finales del XIX, en particular al anarquismo que prendió con gran intensidad en la capital catalana en aquella época. "El anarquismo en España tuvo mucha fuerza en Asturias, en Madrid, en Andalucía... pero en Barcelona tuvo unas connotaciones especiales, porque era un anarquismo industrial y urbano -a diferencia del andaluz, que fue una cosa rural-, y la ciudad se convirtió casi en una colonia anarquista con diferencias particulares". A Leante, autor de La luna roja o Mira si yo te querré, la novela con la que ganó el Premio Alfaguara y que le sirvió para su despegue editorial, le fascinaba este movimiento "en lo positivo y en lo negativo", aunque piensa que su huella fue esencialmente "terrible". "Fue uno de los grandes problemas que tuvo la República en 1931. Los anarquistas fueron un freno muy grande a la democracia en España en la época de la República", sostiene.
En estas Cárceles imaginarias hay dos personajes fundamentales: uno es Matías Ferré, un antiguo profesor de instituto que tras superar una honda depresión por la muerte de su mujer obtiene una plaza de bedel en el Archivo Histórico de Barcelona; allí caerá rendido progresivamente ante la peripecia vital de Ezequiel Deloufeu, el otro catalizador de la historia, un joven implicado en el atentado anarquista del Corpus en 1896, que desencadenó una feroz represión policial en la ciudad, un episodio -real- por el que la esposa del primero siempre sintió una especial curiosidad intelectual. "Por una serie de casualidades resulta que están relacionados entre sí. Aparentemente son dos polos opuestos pero son complementarios, porque para llegar a un personaje hace falta el otro", explica Leante.
El escritor sabe que estos hechos ya se han contado, asume incluso que "todo está ya contado", por lo que confía en atrapar al lector sobre todo por la forma de contarlos. "Si yo puedo aportar algo a la literatura, si es que puedo aportar algo, es la forma de hacer llegar las historias. Cuento las cosas de la manera que me gustaría leerlas y en este sentido no siento mucha atracción por las novelas lineales y menos aún por el planteamiento-nudo-desenlace. Me gustan las novelas que encajan como puzles".
El motor principal de la novela es el azar. "En estas cosas crees o no crees, y yo estoy convencido de que es el azar lo que mueve nuestras vidas", dice con rotundidad. "No creo en el destino ni en que nuestra vida esté escrita, pero nos equivocamos cuando creemos que somos libres por el mero hecho de decidir, porque la mayor parte de las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida resultan intrascendentes y las realmente importantes se deben a un cúmulo de casualidades".
¿Qué pasa, entonces, con la voluntad, qué espacio deja todo esto al coraje y la determinación de las personas? "Yo creo que casi ninguno. Las cosas que decidimos con premeditación suelen tener consecuencias intrascendentes. Las cosas importantes que nos ocurren en la vida suelen ser resultado del azar. Las decisiones trascendentales que yo creí haber tomado en el pasado en realidad no me llevaron a ningún sitio. No somos tan libres como creemos", dice.
Leante ha llegado a ser escritor. Presumiblemente, con mucho esfuerzo y muchas horas de soledad. ¿Es eso azar? "Claro que no. Pero tampoco decidí en ningún momento que quería ser escritor. Simplemente escribía. Tomé conciencia de que lo era después, a toro pasado. Si yo me paro a pensar en lo quería cuando tenía 17 años... en esos planes no estaba ser escritor. Yo lo que quería era ser funcionario, ser profesor de Latín, luego catedrático, y jubilarme con siete sexenios. No es que no tome decisiones, decido ir a un supermercado u otro, comprar una marca de leche u otra, por ejemplo, pero no tomo decisiones importantes porque sé que no sirven para nada. Me dejo llevar, simplemente".
Fuente: malagahoy.es
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