El delito, en literatura, vende, según el escritor José Ovejero
El crimen, el delito, en literatura, vende, afirma a Efe José Ovejero, quien en "Escritores delincuentes", su primera incursión en el género del ensayo ha efectuado un trabajo "casi detectivesco" sobre autores cuyos problemas con la ley dejaron huella en sus obras.
En las páginas de este libro, publicado por Alfaguara, se dan la mano Miguel de Cervantes, Álvaro Mutis, Carlos Montegegro, Anne Perry, William Burroughs, Neal Cassady, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Jean Ray, Maurice Sachs o Sergiusz Piasecki.
Como ellos, también pasaron una temporada detrás de las rejas Chester Himes, Jimmy Boile, Hugh Collins, Jeffrey Archer, Abdel Hafed Benotman, María Carolina Geel o María Luisa Bombal.
Junto a éstos, otros muchos transitan por las más de trescientas páginas de "Escritores delincuentes", una reflexión sobre la "fascinación" de la sociedad por los fuera de la ley, de la cual el autor no se considera inmune.
"Está claro que el delito atrae, que el delito vende, que esas figuras que se rebelan contra el sistema resultan muy atractivas cuando no nos afectan a nosotros. El delito es atractivo cuando no te toca", puntualiza el también autor de "Las vidas ajenas", "Nunca pasa nada" o "La comedia salvaje".
Esa "fascinación" de la sociedad hacia los delincuentes es algo relativamente reciente. Empezó, explica Ovejero en una entrevista en su casa de Madrid, a partir de la Segunda Guerra Mundial.
La "simpatía" hacia los pequeños delincuentes ya existía en la picaresca, pero aumentó durante las épocas revolucionarias y creció en las últimas décadas conforme el ciudadano de a pie se iba alejando de las clases dirigentes debido a la sospecha generalizada de corrupción, resume Ovejero (Madrid, 1959), quien reside desde 1988 en Bruselas, donde ejerció durante años como intérprete.
La aventura de bucear en la vida y obra de autores delincuentes arrancó para Ovejero en 2007, año en el que publicó un artículo sobre Maurice Sachs, "el encantador de serpientes", un judío francés que no dejó de reinventarse y que trabajó incluso para los nazis.
A él le "debe" su primera incursión en el ensayo, un género que exige, subraya, "una disciplina tremenda" de precisión, selección e investigación, y en el que llega a dos conclusiones: casi todos los escritores delincuentes acaban escribiendo sobre sí mismos y la mayoría arrastra una infancia traumática.
Ahora bien, sus autobiografías, advierte, rara vez se pueden usar como fuentes fiables y hay que acercarse a ellas con cautela. Bien porque quitan, bien porque añaden, todos tienden a "maquillarlas".
"Eso era muy interesante en este trabajo. Ir viendo, intentando descubrir dónde mienten y por qué lo hacen", señala Ovejero, quien trató de entender también cómo esas personalidades "se fueron creando y qué tipo de estrategias desarrollaron para enfrentarse a la vida".
Los más fiables, considera Ovejero, son los que parecen indiferentes al afecto que producen.
Es el caso de Collins ("Autobiografía de un asesino") a quien, como a Boyle, le salvó la vida haber sido enviado a una unidad experimental de reinserción de la cárcel de Barlinnie, cerca de Glasgow (Reino Unido). Allí descubrieron que la ira se podía canalizar también en la literatura y el arte.
Es el ejemplo también de Burroughs, el maestro y antecesor de la Generación Beat, autor de "Yonqui" o de "El almuerzo desnudo", quien mató a su segunda mujer jugando a Guillermo Tell.
Pero la mayoría miente, oculta o inventa y, en esos casos, dice Ovejero, hay que ir a buscar la verdad de sus vidas en sus personajes, tras los que se esconden para contar sus vivencias, como por ejemplo sus relaciones homosexuales en la cárcel.
La literatura carcelaria, entre la que Ovejero ha encontrado algunos ejemplos "magníficos", sirve como denuncia, como forma de hacer justicia, como tabla de salvación, como instrumento de reinserción o como evasión.
Y es que, como escribe Ovejero, "la oración y la escritura -también la droga- permiten alejarse de la realidad".
La realidad muchas veces es engañosa. "Un delincuente no es un ser malvado, hay algunos encantadores", asegura el autor de "China para hipocondriacos", y para subrayar sus palabras añade: "yo conozco a alguno".
El crimen, el delito, en literatura, vende, afirma a Efe José Ovejero, quien en "Escritores delincuentes", su primera incursión en el género del ensayo ha efectuado un trabajo "casi detectivesco" sobre autores cuyos problemas con la ley dejaron huella en sus obras.
En las páginas de este libro, publicado por Alfaguara, se dan la mano Miguel de Cervantes, Álvaro Mutis, Carlos Montegegro, Anne Perry, William Burroughs, Neal Cassady, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, Jean Ray, Maurice Sachs o Sergiusz Piasecki.
Como ellos, también pasaron una temporada detrás de las rejas Chester Himes, Jimmy Boile, Hugh Collins, Jeffrey Archer, Abdel Hafed Benotman, María Carolina Geel o María Luisa Bombal.
Junto a éstos, otros muchos transitan por las más de trescientas páginas de "Escritores delincuentes", una reflexión sobre la "fascinación" de la sociedad por los fuera de la ley, de la cual el autor no se considera inmune.
"Está claro que el delito atrae, que el delito vende, que esas figuras que se rebelan contra el sistema resultan muy atractivas cuando no nos afectan a nosotros. El delito es atractivo cuando no te toca", puntualiza el también autor de "Las vidas ajenas", "Nunca pasa nada" o "La comedia salvaje".
Esa "fascinación" de la sociedad hacia los delincuentes es algo relativamente reciente. Empezó, explica Ovejero en una entrevista en su casa de Madrid, a partir de la Segunda Guerra Mundial.
La "simpatía" hacia los pequeños delincuentes ya existía en la picaresca, pero aumentó durante las épocas revolucionarias y creció en las últimas décadas conforme el ciudadano de a pie se iba alejando de las clases dirigentes debido a la sospecha generalizada de corrupción, resume Ovejero (Madrid, 1959), quien reside desde 1988 en Bruselas, donde ejerció durante años como intérprete.
La aventura de bucear en la vida y obra de autores delincuentes arrancó para Ovejero en 2007, año en el que publicó un artículo sobre Maurice Sachs, "el encantador de serpientes", un judío francés que no dejó de reinventarse y que trabajó incluso para los nazis.
A él le "debe" su primera incursión en el ensayo, un género que exige, subraya, "una disciplina tremenda" de precisión, selección e investigación, y en el que llega a dos conclusiones: casi todos los escritores delincuentes acaban escribiendo sobre sí mismos y la mayoría arrastra una infancia traumática.
Ahora bien, sus autobiografías, advierte, rara vez se pueden usar como fuentes fiables y hay que acercarse a ellas con cautela. Bien porque quitan, bien porque añaden, todos tienden a "maquillarlas".
"Eso era muy interesante en este trabajo. Ir viendo, intentando descubrir dónde mienten y por qué lo hacen", señala Ovejero, quien trató de entender también cómo esas personalidades "se fueron creando y qué tipo de estrategias desarrollaron para enfrentarse a la vida".
Los más fiables, considera Ovejero, son los que parecen indiferentes al afecto que producen.
Es el caso de Collins ("Autobiografía de un asesino") a quien, como a Boyle, le salvó la vida haber sido enviado a una unidad experimental de reinserción de la cárcel de Barlinnie, cerca de Glasgow (Reino Unido). Allí descubrieron que la ira se podía canalizar también en la literatura y el arte.
Es el ejemplo también de Burroughs, el maestro y antecesor de la Generación Beat, autor de "Yonqui" o de "El almuerzo desnudo", quien mató a su segunda mujer jugando a Guillermo Tell.
Pero la mayoría miente, oculta o inventa y, en esos casos, dice Ovejero, hay que ir a buscar la verdad de sus vidas en sus personajes, tras los que se esconden para contar sus vivencias, como por ejemplo sus relaciones homosexuales en la cárcel.
La literatura carcelaria, entre la que Ovejero ha encontrado algunos ejemplos "magníficos", sirve como denuncia, como forma de hacer justicia, como tabla de salvación, como instrumento de reinserción o como evasión.
Y es que, como escribe Ovejero, "la oración y la escritura -también la droga- permiten alejarse de la realidad".
La realidad muchas veces es engañosa. "Un delincuente no es un ser malvado, hay algunos encantadores", asegura el autor de "China para hipocondriacos", y para subrayar sus palabras añade: "yo conozco a alguno".
Fuente: diariodenavarra.es
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