EL ARQUITECTO
En
una noche cualquiera construyes,
con
las manos desnudas acaricias el barro,
soplas
el aire, la nada;
y
todo, de repente, nace.
Son
creadas una a una las cosas,
los
ramajes te brotan entre las piernas
y
el sexo fecundo se multiplica.
De
tu boca salen pájaros
en
una explosión rebelde de malos augurios,
pero
sigues acariciando el barro,
lo
contienes, no es tiempo todavía.
Ha
llegado la lluvia que comienza
con
el acto secular del coito,
la
tierra se entrega, se empapa
de
lujuria en su perpetua sinrazón de la cópula.
Desde
tus pies se han levantado los robles
y
también los cipreses y los ceibos con sus manos elevadas al cielo;
entre
la madera brotan los insectos,
adquiere
sentido la creación en estas minúsculas
y
horrendas divinidades.
Entre
tus manos el barro empieza a tomar forma
¡Con
cuánta solemnidad tu caricia la llena
de
tu propia imagen acentuada!
De
esa lágrima de tu congoja
ha nacido el mar,
así
como tu tristeza, va y viene,
así
como tu esperanza se va,
como
tu angustia, regresa;
y
tú miras el mar
con
el largo aliento de la temeridad,
ningún
mirar con tanta distancia, con tan clara lejanía,
con
tan inquietante nostalgia.
Luego
el mar te arrebató la creación,
pero
esa es otra historia que aquí no está escrita,
lo
escrito está en el barro
que
a estas alturas ya no sabes si acaricias o rasgas.
Te
preguntas, te crece la duda,
sostienes
el barro, pero ya no sabes si te sostienes
a
ti mismo y temes, tu propia creación te infunde miedo.
¡Ay
de ti, que en una noche cualquiera construyes!
A
tu lado juegan los pájaros
y
crecen los ceibos
despreocupados.
AUSENTE
Todo
empezó con el río.
La
mañana puesta como un traje de campo
con
el suave olor del mote para la fiesta del día.
El
eucalipto y su danza,
su
juego de remanso que va y viene
bajo
la clara mañana
en
la que el campesino descansa.
Mi
padre camina hacia todo lo escrito,
da
saltos y juega, todavía,
y
da palmas de guitarra, de requinto.
Aún
anidan en él amor y rebeldía.
En
sus manos teje las palabras
que
yo pronunciaré en su lugar
mientras
la lluvia nos moja
con
sus gotas alegres.
Como
antes,
hoy
también soy el ausente,
la
pequeña sombra que se va de tu mano.
Yo
sé que buscas en la memoria
el
recuerdo de una mañana en Huancabamba.
Pero
estás en tu larga espera,
sentado
en tu sillón
que
yo también pudiera llamar “Sócrates”;
y
que aprobarías cómplice y en silencio.
Pero
hoy, también soy el ausente,
la
pequeña sombra que se va de tu mano
o
la pequeña mano que se va con tu sombra.
ARQUITECTURADEL ARCOIRIS O LA
ACCIÓN CREADORA DE LA LLUVIA
I
El viento arroja
con furia
la
noche sobre mi rostro
y
empieza a edificar mi arquitectura.
Mi
delgada voluntad de pájaro
vuela
raudo como una tempestad
que
decapita el aire, febril como una danza de cuchillos.
Aquí
la noche repite su teoría.
La
vida es una ruidosa calle
Poblada
por fantasmas.
Del
otro lado del río los cadáveres olvidados
son
flores que crecieron veinte años después;
flores
sobre las que ahora duermen los enamorados
al
amparo y al abrigo de la tarde y su
misterio.
Sólo
somos una suma de atardeceres,
una
estela que el ocaso deja
en
su continuo ir y venir y otra vez ir
como
las serpientes en la montaña y en las piedras.
Mi
cuerpo fue una piedra primitiva.
¿Cómo
iba yo a saber que era tu nombre
el
que cantaría, si apenas el mundo se formaba ante mis pies
aquellas
tardes en que el viento no era sino amable?
¿Qué
pasó contigo viento?
Ahora
castigas ferozmente las calaminas de las casas de los pobres.
Y
quién iba a saber nada si sólo éramos niños correteando
con
sus risas y sus mocos y sus alegrías talladas en el suelo.
Y
cómo íbamos a saber nada
si
el mundo no tenía este gris en sus tejados.
Y
quién, acaso, iba a saber nada
si
la lluvia era una suave caricia de la madre ausente.
Hoy
tenemos otro cuerpo, o tal vez otra piel, o tal vez fue
QUE
SOMOS OTROS.
Y
quién sabe nada ahora,
si
ya ni recordamos a qué sabía el pan de las cinco de la tarde.
¿Cómo
iba a saber yo que era tu nombre el que cantaría?
Y
ahora, frente al mundo que pasa frente a mis ojos
con
su risa y su llanto,
cojo
nuevamente la pluma negra que lanza diatribas
y
hiero las paredes de mi cuarto:
“NO
HAY ARTE SIN CAOS”
y
qué absurdo es mi cuerpo desnudo
frente
a la soledad y la muerte que aúllan.
Mi
cuerpo desnudo fue otro ante el río y la montaña
y
era puro y lo amaban los peces
y
la hierba se tendía abrazando su piel a mis escamas.
Pero
la niñez es un vuelo fugaz de palomas blancas;
y
los años son bulliciosos y espantan. ¡Cómo espantan!
Ay!
Si supieras…
La
hierba cantó en rojo su garganta herida de espinas
de
fuego y de pólvora.
Yo
no era nadie, un niño desnudo apenas
sin
voz para acusar,
porque
no hablaba el lenguaje de los hombres.
Quise
cantar como un pájaro
y
no pude sino correr
con
esa lágrima que me es ahora eterna e
insuficiente.
¿Y
cómo iba a saber yo nada en esa carrera horrorizada
que
no se detuvo sino en tus brazos
bajo
una luna envejecida y la lluvia que brotaba?
La
lluvia se quedó con nosotros
y
la noche multiplicó su negro manto.
El
mundo a veces se detiene.
Las
horas ya no me caben en el tiempo.
Pasó
la noche o las noches
¿o
qué fue?
¿Lo
supimos acaso?
Pero
la última gota de lluvia
es
el epitafio del dolor y de la ausencia,
sobreviene
el arcoíris;
la
mañana nueva, la vida que respira y se alimenta.
II
Yo he crecido con
la lluvia
como
crecen los Aromos en las sierras pedregosas.
Daba
un festín el cielo cada tarde
y
la tierra agradecida enloquecía de verde todos los prados.
Yo
caminaba descalzo y me perdía por los puentes
por
donde cruzan los pastores taciturnos.
Mi
madre tenía un enjambre de picaflores debajo del pecho.
Demasiado
pronto me solté de su mano
y
crucé los puentes,
todos
los puentes de la vida
los
he cruzado desde entonces
y
cada vez más lejos y más lejos
hasta
esta estación de los recuerdos.
Los
altos eucaliptos fueron mis primeros dioses.
Yo
amaba sus tristes hojas que siempre miran hacia el suelo
y
amaba su olor de mariposas;
y
supe que el amor debía tener olor a eucalipto
y
a tierra mojada. Me perdía.
Por
entre los campos mis pies exploraban
como
inquietas perdices.
Si
lo hubiera sabido en esos días,
me
habría autonombrado Nautilus,
Hispaniola,
ApuKonTiki,
pero
entonces era yo, sin nombres, sin honores,
pájaro
de infantil plumaje
de
primeras libertades conquistadas.
A
lo lejos, las nubes inquietas traían su voz gruesa;
y
un manto frío nos cubría.
Era
alegre ese andar de los caminos
por
el que se iban cantando nuestros ponchos.
III
La lluvia cae en
ocasiones
como
una danza sensual por las paredes
de
los pueblos de la sierra
gota
tras
gota.
La
lluvia alcanzaba para todos
como
un abrazo
o
una campana de iglesia en los domingos.
La
mañana era plena y
coronada
de espejos luminosos.
La
edad se nos metía en la piel
como
un beso aventurero que encantaba el corazón de los muchachos.
Hoy
la edad se nos clava como un garfio en la garganta
y
la lluvia cae en ocasiones
como
una fiesta macabra
en
la angustiada noche que nos cubre.
La
ciudad es una cumbre sin la promesa del paisaje,
más
la promesa del vuelo irrefrenable es seductora;
y
hasta aquí llegamos con nuestros dedos ahuesados
que
recogemos del suelo,
como
quien recoge una moneda para el pan de la tarde.
Yo
poblé la ciudad
y
luego otras ciudades
y
con las ciudades los caminos
y
kilómetros y kilómetros
y
relojes que acumularon sinrazones
como
se acumulan los años en un racimo de historia,
como
se acumulan las gentes en el teatro de la zoología.
Yo
soy un habitante,
el
testigo de un siglo y de otro,
el
que vio con tristeza
como
se nos fueron cayendo los colores del cielo.
En
aquellos años no lo sabíamos,
pero
cantábamos el advenimiento del caos.
Nos
alegraba el estruendoso anuncio de la lluvia.
Cada
gota al caer nos plantaba una flor en el pecho.
Con
el tiempo entendimos que la tormenta edificaba el arcoíris,
que
la danza gris de la tarde
anunciaba
el nacimiento de fabulosos actos creadores.
Es
cierto que la lluvia caía como un telón oscuro
sobre
tejados coronados por el polvo,
pero
cómo nos fecundaba la tierra y los sentidos.
¿Cómo
no íbamos a amar la lluvia,
si
los campos de frondosos robles se nutrían?
¿Cómo
no bendecir su mano extendida en todas direcciones,
si
el arado penetraba
y
la semilla germinaba
y
el campesino se alegraba?
¡y
bendita seas lluvia!
¡y
bendita seas tierra!
¡y
benditas todas las cosas que brotaban!
No
lo entendíamos entonces,
pero
este caos lluvioso
nos
edificaba un arcoíris en el cielo
y
un arcoíris en la tierra.
Aprendimos
a amar los colores
antes
de complacernos en un paisaje de Van Gogh.
La
lluvia edificó mi niñez.
La
lluvia mostró que la belleza o el orden o el equilibrio
surgen
de explosiones que desatan universos.
Lo
que no supimos
es
que la vida se extendía más allá
de
las fronteras de la sierra y de esos años.
El
tiempo se encargó de señalar nuevos senderos;
y
la lluvia continuó su labor de arquitectura.
IV
Yo abracé la
lluvia
y
en ella maduró esta fe de tardes frías.
Aprendí
a mirar los tejados
como
una larga exhalación de recuerdos.
Aprendí
a construir mis días
como
las nubes construyen su violencia.
Aprendí
a sostenerlos
como
quien sostiene un árbol que se cae.
Aprendí
que la violencia es sólo un preludio
de
una vida que vendrá.
Aprendí
a sembrarme lluvias en el pecho
y,
con las manos, construirme un arcoíris que colgaba en las paredes.
Los
días son una continuidad de ruidos y silencios.
No
imaginé que era tu nombre el que cantaría
y
he cantado tu nombre.
Cada
sonido como un dardo afilado
que
construye mi nueva arquitectura.
Yo
soy el que llega en el ocaso,
yo
soy el que sopla
y
castiga las calaminas de las casas de los pobres.
Yo
soy el que se arroja desde el cielo
y
siembra y destruye según nos vengan el dolor y la alegría.
Yo
soy el capitán, el exiliado.
Soy
todos los hombres, soy ninguno;
el
que edificó tu eternidad una noche de funestos aguaceros
que
corrieron como una jauría de cuervos.
Y
soy el arquitecto,
el
que hará estallar el barro en universos corrompidos.
GOTTLIEB, EL NUEVO ARQUITECTO Y
LA DESTRUCCIÓN DEL ARCOIRIS
En
el exacto caos en que la noche actúa
desato
tormentas y no dejo intactas piedra sobre piedra,
todo
se diluye bajo el río torrentoso
por
el que navega la vida.
En
el exacto caos el agua avanza.
Se
reduce a polvo toda piedra.
En
el exacto caos todo funciona sin máscaras,
todo
es rebelión, instinto, naturaleza.
En
el exacto caos la noche avanza
y
mi mente es un gatopardo agazapado.
¿A
dónde acudir?
En
el exacto caos mi nombre se levanta
GottliebGottliebGottlieb
La
mañana desciende hacia la bruma.
Es
sólo el caos en que la noche actúa.
Yo
persigo horizontes
y
arrojo mis ojos a los ojos de un mendigo;
no
me sirven los ojos.
En
el exacto caos la vida avanza
pero
no asistiré a su lento desenlace,
quiero
destruir el orden, la belleza.
La
noche avanza y no me alcanzan los ojos.
Yo
persigo horizontes
y
furioso me arrojo a las ciudades.
Se
me caen las manos.
La
vida avanza, la noche avanza, mi nombre avanza
y
es largo como un amanecer que se retrasa
GottliebGottliebGottlieb
el
mundo no me alcanza,
mis
manos son inútiles para abrazarlo todo.
En
el exacto caos me interrogo y me digo
que
esta especie insuficiente
se
retrae y se reduce hacia el polvo, cada vez más barro,
se
me cae el miembro que es un lobo hambriento.
Mi
eternidad ha sido devorada
y
ya no me alcanza el miembro,
me
es inútil toda extensión de mi cuerpo y de mi nombre.
La
vida avanza, la noche avanza,
la
terrible formación del barro avanza y mi nombre avanza,
y
es el principio y el fin de todo.
GottliebGottliebGottlieb
La
eternidad ya no me alcanza,
todo
lo hemos devorado. Todo.
En
el exacto caos en que la noche actúa
la
lluvia se construye como el galope desbandado de los pájaros,
la
voz se me cae, toda palabra es inútil, estéril
y
se me hace necesario construir nuevos códigos
para
comunicarme contigo, Oh humanidad, Oh desdichada;
palabras
nuevas que crearán mundos nuevos.
Y
en esta efervescente carrera por cambiar esto que vemos,
la
noche avanza, la vida avanza, mi nombre avanza.
GottliebGottliebGottileb
Se
me cae la voz y aviento palabras
contra
la dura pared de mi caverna.
En
el exacto caos en que la noche actúa
el
tiempo ha comenzado a perderse en una maraña de dedos
que
asoman desde la tierra, ahuesados como una súplica,
inútiles
para convocar milagros.
Mis
dedos no me sirven ni me alcanzan las súplicas.
La
noche avanza, la tierra misma avanza
y
es mi nombre el que toma distancia.
GottliebGittliebGottlieb
ya
no me basta la noche
y
he perdido mis dedos.
En
el exacto caos en que la noche actúa
todo
es incierto
Y
en este universo de lírica y épica explosión
se
destruye el arcoíris
y
surge mi nombre:
GottliebGottliebGottlieb
¡ GOTTLIEB LEBERECHT M…!
(Todos los poemas de esta selección pertenecen
al libro “Arquitectura y Destrucción del Arcoíris”)
Martín Córdova y Johnny Barbieri
Martín Córdova Bran.- Nació en Huancabamba,
provincia de la Sierra de Piura en 1985. Perteneció al grupo literario “Plazuela
Merino” de Piura. Tiene por publicar los libros “La Última Rebelión de
Prometeo” y “Arquitectura y Destrucción del Arcoíris”