EL BRUJO DE LA TRIBU
(Intención y reflexión en la obra de Mario Benedetti)
por Jorge Palma
Acaso por ser un país pequeño, donde todos en mayor o menor medida nos conocemos, es frecuente llamar por el nombre de pila a quien, de una manera u otra, se ha instalado en la memoria colectiva o en el diario trajinar del hombre común. Muchas veces ese nombre está ligado a características ejemplares de su destino, y que, justamente por eso mismo, es colocado en ese rango de tono familiar. Tal es el caso de muchos nombres de la cultura de este país y de la región, que dejan por momentos sus apellidos, para ser reconocidos simplemente por sus nombres: Así, Eduardo Galeano, es Eduardo; Daniel Viglietti, es Daniel; a Juan Carlos Onetti le decimos Juan; al ex presidente Vázquez sólo Tabaré, y a Mario Benedetti, simplemente Mario.
Mario Benedetti falleció el 17 de Mayo de 2009. El 24 de Mayo, es decir, una semana exacta después, yo pisaba “las calles de La Habana” parafraseando a Pablo Milanés, sólo que no lo hacía “nuevamente”, sino por primera vez, y no en Santiago, como dice la canción de Pablo, sino en Cuba, para asistir al 14° Festival Internacional de Poesía de La Habana. Como hecho curioso y anecdótico, mientras aguardaba en Panamá mi vuelo a La Habana, Pablo esperaba el mismo vuelo a nuestra isla soñada; destino fraternal, regreso a Itaca, tan sencillo como Mario, acaso con el mismo síndrome natural con que Eduardo (Galeano) definió la humildad del poeta Oriental: “Mario Benedetti no se daba cuenta que era Mario Benedetti”. Pablo Milanés Tampoco.
Durante los días que siguieron a su fallecimiento, no pude escribir nada, como me suele ocurrir cada vez que alguien muy cercano, tiene la mala idea de morirse; al principio, sorpresa (tal vez porque negamos la muerte); luego, confusión (ayer estaba), y después, esa extraña mezcla de contrarios: la vida que empuja hacia adelante con la fuerza incontenible de un río, y por otro lado, la pesada y abismal sensación de vulnerabilidad, vacío y constatación inequívoca de la precariedad de la existencia y los límites del cuerpo. Con ese cóctel de sensaciones emprendí mi viaje a La Habana, con un sentimiento que sólo muchos meses después, comenzó lentamente a abandonarme: “Orfandad”.
Cuando bajé en el Aeropuerto Internacional José Martí, continuaba todavía el cóctel de sensaciones, intensificado además por el agobiante calor (35°) y una humedad del 100% que hacía estragos en la presión sanguínea de los participantes que llegaban desde las lejanas y frías tierras del sur; todo eso mezclado con la inmensa felicidad de haber sido invitado al festival de poesía, y con un sentimiento que no sólo me acompañó durante todo el encuentro internacional, sino que se agravó, cuando mis compañeros poetas del continente, se acercaban para darme sus condolencias, como si yo fuera un deudo. “Una gran tristeza” contestaba. “Todos estamos muy tristes”.
Benedetti fue tremendamente resistido por cierta parte de la “Intelectualidad”, sin embargo bastó ver al pueblo entero en las calles despidiendo a su poeta, para entender finalmente qué quería decir “un poeta popular”; demostrado en la interminable peregrinación de hombres, mujeres, niños, adolescentes y gente incluso mayor, que desfilaban por las inmediaciones del Palacio Legislativo, haciendo colas gigantescas para despedir al que fuera su legítimo representante espiritual. No había equívocos, sólo una certeza: se había muerto el brujo de la tribu; es decir, esa figura que los representaba, ese espejo donde se podían mirar y sentirse reflejados, comprendidos y por sobre todas las cosas, profundamente respetados por su prójimo.
Mario Benedetti no escribía de forma sencilla porque no pudiera hacerlo de otra manera , como más de un “Inteligente” quiso hacernos creer; ya que de forma extraordinaria demostró que tenía una capacidad crítica y profunda para hacer un libro como “Letras de Emergencia”. La intención, con su poesía, era decididamente otra: una cuestión de actitud.
Benedetti tenía al alcance de la mano, todos los recursos disponibles que se tenga noción, para hacer una poesía más compleja, pero con la peligrosa contrapartida de no hacerla comprensible para el pueblo; y ahí está justamente el punto de inflexión: su profunda postura revolucionaria. Ya lo había dicho Vallejo de forma contundente: “Un hombre pasa con un pan al hombro/ ¿Voy a escribir, después, sobre mi doble?” Benedetti había elegido un camino, una postura, que tendría tantos detractores (más envidiosos de su tremendo éxito editorial, que de otra cosa), como seguidores a lo largo y ancho del globo.
Entonces se trataba de escribir sobre las cosas más sencillas, de los “acordes cotidianos”, ingenuamente presentada por algunos como una poesía simple, cuando en realidad es todo lo contrario. La tierra que pisamos es algo simple, cotidiano, pero llena de sabiduría; el vuelo de un pájaro es algo aparentemente simple, natural, pero de una profundidad escandalosa; un beso, tan elemental como maravilloso, completamente inolvidable. En todos los casos nos ayuda a vivir, nos acompaña y hace nuestro tránsito efímero por la tierra, algo más grato, acaso para recordarnos que aún con las complejidades de la vida, vale la pena.
Es curioso: nos habíamos acostumbrado tanto a él, que ahora que no está parece mentira que se haya muerto; es raro no verlo por las calles, entrando a una librería, subido a un ómnibus y sentado como uno más en los asientos del fondo, junto a la ventanilla, para seguir mirando el mundo; o sentado a una mesa (la mesa de siempre, la de todos los días, en la que almorzaba solo o compartía con su hermano Raúl); es raro no verlo, cuesta acostumbrarse a que nunca más lo veremos. Nunca más lo oiremos en un recital. Nunca más lo veremos caminando por la calle o firmando ejemplares, porque Mario Benedetti se murió para siempre. Ahora, fiel a la condición humana, se hará cada vez menos resistido, ya no será necesario golpearse la cabeza contra un árbol porque Benedetti acaba de publicar el último libro y la segunda edición ya está en imprenta; ya no será necesario tirar piedras en su ventana, porque nadie contestará.
Hay un silencio sacro en el cielo. Y esta noche nadie responde la pregunta. El brujo de la tribu se ha muerto. Y nosotros, con respeto, esperamos.
© 2009, Jorge Palma