Editan «El plantador de tabaco» (Barth) y «Jota Erre» (Gaddis), dos clásicos ocultos que cuestionan a través de la sátira la construcción de EE.UU.
El plantador de tabaco (1960). Jota Erre (1975). Son dos verdaderos ladrillos -de 1.173 y 1.133 páginas- que suponen sendos sillares en el ambicioso edificio de la refundación de la literatura norteamericana agotadas las enseñanzas de la generación del romanticismo, la de Poe, Hawthorne y Melville. El sello de origen mexicano Sexto Piso ha asumido un notable riesgo al publicar en español estos clásicos ocultos que son, respectivamente, obra de John Barth (Cambridge, Maryland, 1930) y William Gaddis (Nueva York, 1922-1998), dos patriarcas de las vanguardias sin los que hoy sería difícil entender las propuestas narrativas de Thomas Pynchon, Jim Dodge, David Foster Wallace o William T. Vollmann y que, a través de la sátira, cuestionan las violentas tribulaciones que acompañaron la construcción de los Estados Unidos.
Su sentido del humor y su ambición aún siguen llamando la atención actualmente. De hecho, Pynchon no hace mucho (en 1997) realizó en Mason y Dixon -otro tomito de mil páginas- un ejercicio similar al de Barth, y localizando la historia en la misma zona: Pensilvania y Maryland. Pynchon, como Barth, recurrió a la recuperación de personajes secundarios de la historia estadounidense para viajar a la época de los pioneros y levantar una auténtica epopeya humorística sobre la dudosa génesis de este gran país. Ambos coquetean con el exceso, larguísimas digresiones, y encadenan unas historias con otras en un festival narrativo que sí conserva un tronco principal.
Parodia y juego
Pynchon se perdió un poco en el delirio. Barth mantiene un pulso de envidiable firmeza. Su literatura de vanguardia está bien enraizada en el siglo XVIII y trabaja con pericia -mediante los sutiles mecanismos de la parodia y una inclinación posmoderna a los juegos- sus recursos y su lenguaje relamidos. Aunque lo que de verdad inspira su camino es la memoria emocional del autor, fraguada en sus años mozos en la lectura de los cuentos de Boccaccio y de Las mil y una noches, y, seguramente, de Rabelais y su Gargantúa y Pantagruel, y Sterne y su Tristram Shandy. Pero, sobre todo, como apunta en el prólogo el escritor coruñés Eduardo Lago -fenomenal traductor de El plantador de tabaco-, flota en su gusto por contar historias la fe en Cervantes y el Quijote que le contagió en sus clases el poeta Pedro Salinas en su época de profesor en la Universidad de Johns Hopkins.
Con las desventuras de su antihéroe el petimetre Ebenezer Cooke -recupera como personaje a un desconocido poeta inglés del mismo nombre (1665-1732) y para el título, su poema The Sotweed Factor, or a Voyage to Maryland, A Satyr-, Barth pone en solfa la habitual mistificación que pesa sobre el relato de los colonos como gigantes morales civilizadores que lucharon denodadamente contra el implacable poder destructor de la naturaleza y la barbarie animal propia de las tribus indias.
También Jota Erre parte del dominio de la narración naturalista para luego desmontarla, aunque su lectura es más exigente -Jonathan Franzen apodó a Gaddis Mr. Difficult-. También ataca las formas de vida imperantes en la sociedad de EE.UU., en particular, sus fundamentos: la codicia y el individualismo feroz como combustibles base del sueño americano. El poetastro deja paso aquí al niño solitario J.R. Vansant, que se revela como mago de finanzas, negocios e inversiones engañosos, y erige su propio emporio empresarial.
Con un lenguaje más directo, y un claro predominio del diálogo, la audaz sátira de Gaddis pivota tanto en su lúcida inteligencia como en el ritmo desatado de su narración. La novela esconde un mensaje más personal, más íntimo, que el que marca la centralidad de la crítica hilarante al capitalismo: es una invitación a repensar las existencias particulares, a abandonar los valores más espurios.
Fuente: la voz de galicia.es