miércoles, diciembre 31, 2014

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sábado, diciembre 27, 2014

La literatura de Modiano tras las huellas de su propia identidad


 Con una escritura seca, casi distante, en el libro Un pedigrí­, el francés Patrick Modiano ordena de manera cronológica y arbitraria apuntes biográficos de su niñez y su juventud para rescatar -entre las brumas de una memoria esquiva- señales de su propia identidad, un tema presente en toda su obra.
 
El Premio Nobel de Literatura 2014 "se inscribe dentro de la tradición de Marcel Proust, pero realmente a su manera. No se trata de uno que muerda una madalena y todo vuelva a su memoria", definió Peter Englund, secretario y portavoz de la academia sueca.

Reeditado por Anagrama, al igual que otros tí­­tulos suyos, el escritor desliza algunas claves para decodificar cómo su literatura se ve marcada por un pasado siempre incierto, bajo la engañosa luz de datos o recuerdos lejanos.

"Lleva tiempo conseguir que salga a la luz lo que ha sido borrado. Quedan pistas en los registros pero se ignora dónde están escondidos y qué guardianes los vigilan y si querrán enseñárnoslo. O tal vez simplemente han olvidado que esos registros existen", afirma el propio escritor.

Hijo de un hombre de negocios judí­o, de origen ítalo-español, y de una bailarina neerlandesa, el Premio Nobel de Literatura describe a su padre y a su madre -"dos mariposas extraviadas e inconscientes en una ciudad sin mirada"-, y al escenario en que se mueven, gente marginal que sobrevive como puede en una ciudad ocupada por los nazis, y luego en ese Parí­­s gris de posguerra.

Ambos se casan y viven veinte años juntos en el mismo edificio, en pisos distintos, pero sus vidas se cruzan por azar o de manera circunstancial en medio de personajes oscuros, excéntricos que giran alrededor de ellos.

"Soy un perro que hace como que tiene pedigrí­. Mi madre y mi padre no pertenecen a ningún ambiente concreto. Tan llevados de acá para allá, tan inciertos que no me queda más remedio que esforzarme para encontrar unas cuantas huellas y unas cuantas balizas en esas arenas movedizas...", apunta Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945).

En esa imposibilidad de fijar los recuerdos, Modiano va nombrando, describiendo alguna imagen, atrapando su propio desconcierto frente al abandono de sus padres, que viven cada uno su propia vida, sin interesarse en la suya, de internado en internado ante la indiferencia materna -"una chica bonita de corazón seco"-, y un padre incapaz de atender sus necesidades.

Y reconstruye lo que aparece del pasado sin preocuparse por la acumulación de nombres, por pedazos de historias truncas, de las que toma algo, lo que perdura en su memoria. Y en esos años de supervivencia, comienzan sus lecturas: "Jules Verne, Alexandre Dumas, Joseph Peyré, Conan Doyle, Mark Twain, Stevenson", entre muchos otros.

Su madre le presenta al poeta y novelista francés Raymond Queneau, cuando era un adolescente y ya decí­­a que querí­a ser escritor. El le enseña matemáticas y como miembro del consejo editorial de Gallimard, impulsa su primera novela, "La Place de l'Etoile", publicada en 1967.

En "Un pedigrí", escribe sobre la muerte de su único hermano Rudy, a los diez años, lo único que parece conmoverlo: "El domingo anterior habí­a pasado la tarde con él, en nuestro cuarto del muelle de Conti. Habí­­amos estado ordenando juntos una colección de sellos. Yo tení­­a que volver al colegio a las cinco y le conté que una compañí­a iba a interpretar una obra para los alumnos en el teatrito del internado. Nunca olvidaré su mirada ..."

Dejando de lado ese hecho, "creo que nada de cuanto cuente aquí­­ me afecta muy hondo", escribe el autor de "En el café de la juventud perdida", "Calle de las Tiendas Oscuras" (Premio Goncourt), "Villa triste", "La hierba de las noches" y "Dora Bruder" entre otras novelas.

Pese a esto, la relación con su padre tanto su estar esporádico, sus breves reconciliaciones, sus caprichosos mandatos o esa intención de doblegar siempre su voluntad, así­ como su ausencia en la vida cotidiana, dibujan una figura que se impone con fuerza.

Nunca la imagen de su padre, por más distante, se esfuma en este libro como un conjuro que no termina de deshacerse en el correr de sus páginas, tal vez las más personales.
 
Fuente: télam

sábado, diciembre 13, 2014

"Retorno a la creatura" de Pablo Guevara en la CASA DE LA LITERATURA PERUANA

 "RETORNO A LA CREATURA", 
El gran primer libro del maestro Pablo Guevara
Ahora en una nueva edición gracias a los esfuerzos de Eduardo Reyme. 
Se presentará este viernes 19 de diciembre 2014 
a las 7:00 pm
en la Casa de la Literatura Peruana
 
Presentación:

* Eduardo Reyme Wendell (editor)
* Alonso Rabí Do Carmo
* Dimas Arrieta Espinoza
* Mirko Lauer


Pablo Guevara (1930 – 2006) fue uno de los poetas peruanos más importantes de la llamada generación del 50’. A pesar de autoconsiderarse como un “poeta sin generación”, libros como Crónicas contra los bribones (1967) o Un iceberg llamado Poesía (Premio Copé, 1997), hicieron que la crítica lo ubicara como uno de los mayores exponentes de dicha generación.

Pocos lectores conocían el contenido de este, su primer libro, debido a que fue publicado en Madrid y nunca tuvo una versión peruana, a pesar de haber obtenido el Premio Nacional de Poesía en 1955.

Como texto poético, el primer trabajo de Guevara termina siendo un valioso aporte que permi...tirá ser tomado en cuenta a futuro cuando los estudiosos de su poética decidan hacer el corpus total de su obra; como documento histórico, Retorno a la creatura posee aún el frescor intacto de una poesía prístina y madura. Elegante y cadenciosa.

Aquí el lector podrá encontrar uno de los poemas más hermosos del libro, titulado “Mi padre un zapatero”, así como poemas bellísimos de profunda reflexión influenciados por poetas como Ezra Pound y T. S. Eliot. Finalmente, permitirá a quienes no conozcan la poesía de Guevara adentrarse en la misma, y es que Retorno a la creatura puede ser el ovillo de un enorme y majestuoso laberinto de palabras o el fogonazo inicial que encienda esa otra luz que brilla bajo la sombra de la propia poesía. (Eduardo Reyme Wendell)


miércoles, diciembre 03, 2014

Argentina, la literatura del desgarro


El año 1976 fue un parteaguas en la historia argentina. La dictadura que instauró al golpe militar de aquel año fue el régimen más macabro y atroz de cuantos habían campado por el país. “15.000 desaparecidos, 10.000 presos 4.000 muertos, miles de desterrados son las cifras desnudas de ese terror”, escribió en 1977 Rodolfo Walsh. Las cifras desnudas seguirían aumentando, encarnadas en el propio Walsh, asesinado ese mismo año. Otros autores, como Julio Cortázar o Juan Gelman, habían salido del país antes del golpe. No pudieron volver y los que se quedaron vivieron al acecho de la violencia política. La literatura argentina, acostumbrada a tejer su universo estético con la turbulenta materia prima de su historia, quedó a partir de los años setenta definitiva y profundamente atravesada por la conmoción del dolor, la ausencia y el exilio.

“Las marcas de la última dictadura militar pueden rastrearse en las producción de las nuevas generaciones. Todorov sostiene que un país que padeció campos de concentración tiene el corazón comido por los gusanos. Esos gusanos son los que nutren explícita o tácitamente escrituras que simulan tomar distancia de ese período negro”, apunta el escritor Guillermo Saccomanno. El régimen militar promovió una fractura entre un adentro y un afuera. Las voces disidentes debían ser silenciadas o expulsadas. Julio Cortázar, desde afuera, lo definió en 1978 como un “genocidio cultural”. Entre los que se quedaron dentro, Ernesto Sábato respondía que la cultura argentina, con sus limitaciones, seguía adelante. Quizá el autor de El Túnel se estaba refiriendo a artefactos de precisión vanguardista como Cuerpo Velado de Luis Gusmán o Ema la cautiva de César Aira, pero sin duda el mayor recuerdo del antagonismo de aquella época fue la foto de Jorge Luis Borges, Horacio Esteban Ratti, Leonardo Castellani y el propio Sábato compartiendo mesa, mantel y cuchara con el dictador Jorge Rafael Videla.

Esa polarización ya estaba presente a mediados del siglo XIX en un autor como Esteban Echeverría. En su obra El Matadero, considerada el primer cuento argentino, utiliza las escenas de un matadero de Buenos Aires como alegoría de la brutalidad del régimen de Juan Manuel de Rosas. La escritora, dramaturga e hija del exilio Fernanda García Lao apunta otro de los libros seminales para entender el funcionamiento dialéctico de la historia y la literatura argentina: Facundo o civilización y barbarie. “Es una civilización violenta pero también con mucha intelectualidad. Se utilizan herramientas literarias para entender las cosas, como la narración o el relato. La realidad se construye a través de un discurso literario y no al revés. Y siempre hay una dicotomía, nunca es de una sola manera”.

El componente fantástico que marca gran parte de literatura latinoamericana moderna sirvió también en el caso argentino para ser capaz de contar lo que no se puede decir. La obra de Cortázar, desde su exilio voluntario en Francia, fue ganando resonancias políticas ya desde el deslumbramiento que le provocó la revolución cubana. Su cuento de 1977, Segunda Vez, de apenas seis páginas, describe la desaparición de un grupo de personas en circunstancias misteriosas. Pero los personajes no son ya meros cronopios surgidos de los sueños, sino personas reales que viven el horror como algo verosímil y cotidiano.

Bioy Casares, otro de los maestros de lo fantástico, fue contemporáneo de Cortázar. Se alabaron mutuamente, fueron amigos, pero también los separaban profundas diferencias. Bioy nunca sufrió la censura y jamás abandonó su casa porteña donde tan a menudo recibía como invitado a Borges para la cena. “Es un intelectual de cuño conservador, dandístico, más bien apartado del compromiso político, exceptuando su antiperonismo furibundo, igual que Borges. No obstante, su escritura trasunta un interés por la lengua plebeya, por lo popular y una búsqueda de lo cotidiano que se vuelve contradictoria con su antipopulismo”, señala Saccomanno.

De nuevo esa lucha de opuestos juega un papel central en la poesía de Juan Gelman. Su fuerte conciencia política lo llevó viajar a Europa como portavoz del movimiento Montonero, del que luego abjuró. El golpe militar le sobrevino estando en Italia y desde el exilio sufrió el asesinato de su hijo y su nuera y el secuestro de su nieta. Durante los primeros siete años de exilio su voz literaria quedó muda. “Su poesía está atravesada por un tensión entre polos opuestos: la plenitud y lo marchito, memoria y olvido, unidad y desmembramiento, belleza y espanto, lo que arde libre y lo oprimido. Su palabra se juega en un torbellino de fuerzas contrarias”, explica Jorge Boccanera, amigo de Gelman y también poeta y exiliado.

Tras un tenaz y largo trabajo de búsqueda, en el año 2000 se reencontró con su nieta Maria Macarena Gelman, uno de los centenares de niños secuestrados y entregados a matrimonios sin hijos afectos a la dictadura en otro de sus criminales intentos de borrar la memoria. La escritora Ángela Pradelli, que acaba de publicar un libro que recupera la vida de cinco de esos niños, recuerda que “las historias de las personas que han recuperado su identidad nos involucran a todos. Cuentan el derrumbe de un país entero en manos de un Estado terrorista. El quiebre que el robo de niños significó en sus vidas instaló al mismo tiempo una fractura en la sociedad. La herida en el cuerpo y la subjetividad de las víctimas, se cometía también en el cuerpo social”.

Fuente: El país