lunes, mayo 05, 2008

EN MEMORIA DEL PUERTO

En memoria del puerto


Por Róger E. Antón Fabián
A mi compadre Azágar

No me cabe duda que merecí a mis enemigos,
pero no creo haber merecido a mis amigos.
Walt Whitman


No sé porque extraño el invierno, pareciera que en esas épocas hubiera vivido lo más trágico y hermoso de mi vida; bueno pero eso no quería glosar sino que esta mañana mi compadre Azágar, el poeta más nostálgico del mundo, me cuenta que no viene a Lima (donde vivo) desde que me vio la última vez, hace un par de años; que a nuestro compañero y amigo Ricardo Ayllón le entregó un DVD que él había grabado especialmente para mí: una entrevista a Julio Cortázar hecha por Joaquín Soler Serrano en su programa de la televisión española 'A Fondo', allá por 1977; pero mi compadre Azágar es así y por eso lo quiero.
Es decir que al borde de una madrugada fría de agosto del 2007 en un bar chimbotano por motivo de la presentación de un libro, poetas, artistas y escritores celebraban la publicación cuando se acordaron del cumpleaños del autor de Un poco de aire en una boca impura y Pisadiablo, don Víctor Hugo Alvítez, sacó una botella de wisky Johnnie Walker etiqueta negra y se la obsequió al autor, y, fue cuando como todos le regalaban algo, a mi compadre Azágar no le quedó más remedio sino brindar el DVD que tenía en las manos y que había hecho para mí.
Le digo que en la dedicatoria hubiera escrito algo histórico como “para mi hermano R. Antón que hoy entrego a R. Ayllón (o viceversa), porque al final los dos son uno, y los tres somos uno igualmente”; porque sencillamente nos queremos mucho.
Le manifiesto además que naturalmente Richi, sensible como es, no tenía a mano más que manifestar su sensibilidad a otro ser también tierno como él y de seguro le dolió mucho, por eso le dedicó todo un libro de poemas y hasta lloró en la presentación diciendo como que sentía que había perdido al poeta que fue mi compadre Azágar. Pero yo creo que fue una presentación sólo para que la viera y expectara yo solito, las demás personas que estaban ahí eran como una suerte de cofradía de fantasmas y lo digo además porque Ayllón raudamente me sacó de mi encierro literario y luego ya de la ceremonia me trasladó a mi propia casa con su Nissan Bluebird que ahora maneja cual cohete recompuesto y entonces pude descubrir que entre los tres hay un cariño hermoso, mal entendido a veces, pero genial, como ese de aquellos tiempos cuando allá en Chimbote.
Éramos inmensamente felices pero no lo sabíamos y la poesía ocupaba la parte central de nuestra vitalidad. No digo de nuestra existencia sino de cada paso de nuestras vidas, de cada vivencia propia, al caminar por la calle, observar el verdor tras los techos y entre montes, allá, ante la humareda fabril de Siderperú o en un encuentro en el centro de la ciudad histórica que nos cobijaba y que hoy al cabo de los años parece mentira haberlo vivido.
Pero ahí están como testigos la memoria, los poemas entre páginas extraviadas en la polvareda del tiempo, ahí las mujeres que amamos, los amigos que nos acompañaron. Azágar me dice que lo escriba de un tirón, que haga unas pequeñas memorias de aquellos años y le asevero que lo haré sin duda pero que ahora no quiero llorar de nostalgia, porque amo a mi pueblo, ese Chimbote que me vio nacer, ese puerto que alguna vez negué y al cual aprendí a querer cuando estuve solo en tierras lejanas, solitarias y tristes sin esa alegría y calor que aprendí a estimar de su gente y sus calles soleadas entre ventiscas arenosas.
Me confiesa que ya no encuentra esos pasajes entre el pueblo y ese mar solitario cuando recorre de nuevo la ciudad, y es como si leyera un libro al que le falta algunos de sus personajes que aprendimos a querer; que en el encuentro internacional de poetas "Juan Ojeda" organizado por Víctor Unyén en el año 1994, al borde del mar chimbotano Sonia Paredes, Rodolfo Ybarra y él platicaban de arte, cuando casi como un adiós el oleaje marino bautizó con refrescantes bendiciones solo a los tres.
Y es verdad, cuando regreso también me percato que algunos amigos ya no están, otros murieron, y, a pesar, que las calles son las mismas, la casa de algún amor pasado, por donde transité, la banca donde esperé horas enteras recreando una frase para mi amada, ya el tiempo se encargó levemente –solo levemente– de convertir en lo que quizá siempre fue retornando a su sencillez provinciana.
Aun así amo la algarabía de mi pueblo, sus mercados con gente alborotada, ese mar que mira hacia el infinito detrás de la isla, sus barcazas como esperando hombres aventureros, su puerto de troncos pútridos que resiste el embate de las olas y ahí en la bahía frente al mar ese picante aire salino que se impregna para siempre bajo el arrullo del vaivén de las olas trémulas.
¡Ah, Malecón Grau donde amé a una mujer, donde me escapaba a leer en ciertas horas del trabajo innecesario! Escribiré, compadre Azágar, lo haré sin duda; pero ahora no quiero llorar, por eso sólo pienso que en Chimbote –eterna ciudad de mis demonios, puerto maravilloso de donde todos partimos sin irnos– alguna vez nos reuniremos los tres hermanos que siempre fuimos y lo seremos en la eternidad.~


Róger E. Antón Fabián
Lima, mayo de 2008

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