lunes, diciembre 26, 2011

Literatura a pluma armada

Ovejero y los escritores fuera de la ley
Sir Thomas Mallory, Cassady, Cervantes, Genet, Chester Himes, Karl May… son algunos de los escritores que cruzaron la frontera de la ley y José Ovejero ha decidido visitarlos en “Escritores delincuentes” (Alfaguara). Nos acerca a las circunstancias y trata de apuntar, sin voluntad de establecer juicios a favor o en contra, los muchos hilos que flotan alrededor de esas turbulencias que inevitablemente marcaron su tarea literaria.
Por mucho glamour que se le quiera adjudicar al oficio de escritor, hay que rendirse a la evidencia: han salido muchas más grandes obras para la literatura universal de las cárceles que de los talleres de escritura o las academias. Ahí está la Balada de la prisión de Reading de Oscar Wilde, las Cartas de la cárcel de Céline o el mismísimo Quijote. José Ovejero bucea en la zona más turbia de las vidas de algunos de los escritores más célebres. Tras la lectura queda claro que no es posible llegar a ninguna conclusión general porque cada caso encierra un pequeño mundo, aunque vale la pena no perder de vista una afirmación de González-Ruano que se recoge en el arranque del libro: “No merece la pena ser escritor si no le hacen caso a uno”. De todas formas, Ovejero nos invita a un recorrido que muestra un abanico de situaciones que llevaron a diversas plumas a ponerse, voluntaria o involuntariamente, de manera justa o injusta, al otro lado de la ley. Seguimos a Ovejero en la indagación de algunas de esas vidas de las muchas que radiografía en este libro que trata de ir un paso más allá de la biografía: no sólo pretende exponer sino también entender lo que sucedió. Muchos han intentado tapar su pasado, otros lo han olvidado, algunos lo incorporan a su vida y obra, bastantes lo superan, pero… ¿la mayoría se ha arrepentido? Hay una frase de Eddie Bunker (atracador antes de hacerse novelista, de quien la editorial Sajalín está recuperando sus títulos oportunamente) muy clarificadora: “Nadie es culpable para sí mismo”. He aquí algunas tipologías que nos sugiere la lectura de Ovejero.
William Burroughs
Es uno de los iconos de esa generación Beat que quiso beberse la vida a tragos e incluso exprimirla para inyectarse el jugo por vía intravenosa. Burroughs tuvo muchos encontronazos con la justicia por sus excursiones al lado salvaje de la vida (sexo, drogas y descontrol) y condenas por narcotráfico y escándalo público. Pero se salvó de la más grande de todas: en circunstancias nunca del todo aclaradas, cuando tenía 37 años le metió un tiro en la cabeza a su esposa, Joan Vollmer. Ovejero, de manera sintética, centra muy bien lo que se conoce de ese episodio y también tira hilos que nos pueden ayudar a sacar nuestras propias conclusiones. Oficialmente, a ese yonki a perpetuidad que fue William Burroughs se le disparó accidentalmente una pistola en casa y la bala impactó en la cabeza de su mujer. Años después el propio Burroughs explicó que se trató de un juego a lo Guillermo Tell: ella sostuvo un vaso sobre la cabeza y él disparó. Asegura que apuntó a la parte superior del vaso. Falló. Ovejero nos pone en contacto con el narcisismo, el desequilibrio egoísta de Burroughs, la manera de bromear sobre ese incidente hacia el final de su vida, y uno ya no está muy seguro de a dónde apuntó este escritor tan apreciable de vida tan arrastrada. Dice Ovejero que “lo que más me atrae de Burroughs es su –al menos aparente– falta de compasión, hacia sí mismo y hacia los demás. Resulta fascinante alguien que nunca se siente obligado a justificarse”. Allá cada cuál con sus atracciones.
Álvaro MutisMutis
es un autor capaz de escribir algunas de las páginas más hondas, brillantes y existenciales del siglo XX en sus novelas de Maqrrol, el gaviero. A la vez, en su vida personal ha sido un bon vivant y hedonista profesional, organizador de fiestas y gourmet. Realmente, después de leer sus libros, cuesta imaginarse al autor como a una persona frívola y todo puede deberse a un gran malentendido. Lo cierto es que Mutis salió (y no por piernas, sino en avioneta) de Colombia al ser acusado de malversar (o al menos malgastar) fondos de la empresa Standard Oil en la que ejercía de Relaciones Públicas. Unos dicen que Mutis utilizó el dinero para ayudar a disidentes políticos perseguidos y que fue un linchamiento político. Otros mencionan fantásticas cuchipandas organizadas por Mutis, como una en que llenó un avión de músicos y amigos para montar una juerga en las islas del Rosario. No son pocos los escritores que comieron a dos carrillos a costa de la Standard Oil. Ovejero recoge oportunamente unas palabras de García Márquez al respecto: “Mutis estuvo en la cárcel por un delito que disfrutamos muchos escritores y artistas, y que sólo él pagó”. Finalmente cumplió condena (rebajada) en México, país donde ya se quedó para siempre. Mutis, con su habitual ecuanimidad, ha venido a decir que ninguna de las dos versiones es la verdadera, aunque algo haya de ambas. Su paso de quince meses en la cárcel parece que atemperó la frivolidad de este hijo de diplomático, criado en buenos colegios de Europa y acostumbrado a la buena vida, que desde entonces ha sido autor de páginas de una altura extraordinaria.
Miguel de Cervantes
Hay escritores que nacen estrellados. Tal vez por eso llegan a ser celebridades; lo vienen diciendo desde Aristóteles a Montero Glez: si no hay conflicto, no hay literatura. ¿Hubiera escrito Cervantes esa maravilla irónica, sarcástica, desmesurada, que chorrea vida y calle que es El Quijote si hubiera vivido en un palacete comiendo faisán en bandeja de plata? Cuando en 2005 se celebró el año del Quijote y se realizaron rimbombante homenajes a Cervantes en regias academias, con presencia de las máximas autoridades con sus mejores galas, uno se preguntaba si desde allá arriba Cervantes no se estaría partiendo la caja de la risa. Porque a él, en vida, los escritores académicos, representados por Lope de Vega, lo machacaron todo cuanto pudieron y las autoridades, en lugar de homenajes, lo que le dieron fueron palos a discreción. Ya de joven fue condenado a que le cortaran la mano derecha por participar en un duelo y tuvo que salir corriendo hacia Italia, autocondenándose al exilio. Después de alistarse en el ejército, fue apresado por los piratas berberiscos y paso cinco años encerrado en Argel. Las autoridades españolas, por las que había combatido, quedado inútil de la mano izquierda y luego secuestrado en un traslado, se desentendieron a la hora de reunir el dinero que reclamaban sus secuestradores. Después de regresar a España, bastante maltrecho, consiguió un empleo de esos que nadie quiere ni regalados: actuar como decomisador real. Era un empleo que levantaba mucho odio (algo así como ser inspector de la SGAE); el propio Ovejero cree muy probable que la acusación que lo llevó a la cárcel fuera una venganza. Se le acusó de haber revendido parte del trigo incautado para su beneficio. De haber sido así habría tenido holgura económica, cuando Cervantes estuvo siempre más tieso que un legionario pasando revista. La justicia no dejó de perseguirle, incluso por asuntos relacionados con las visitas “indecentes” que recibía su sobrina en el domicilio de los Cervantes, de las que él ninguna culpa tenía. Y, posteriormente, volvió de nuevo a la cárcel sin comerlo ni beberlo. Ejercía de recaudador de impuestos (otro oficio muy apreciado en la época) y tuvo la mala suerte de que el banco donde tenía depositado el dinero quebrara. Las cosas no eran como ahora y el que pringó fue el propio Cervantes, que acabó en la Cárcel Real de Sevilla en 1597. Pero, como no hay mal que por bien no venga, allí empezó a escribir sobre las andanzas de un hombre al que se le funde el cerebro leyendo novelas de caballerías y se va por las Españas a desfacer entuertos con una palangana en la cabeza a modo de yelmo.
Karl May
Karl May llenó la juventud de varias generaciones con vibrantes relatos ambientados principalmente en los grandes espacios del salvaje Oeste (protagonizados por Old Shatterhand, aquí conocido como Calzas de Cuero) y también de Asia y África. Que Karl May ambientara sus novelas en lugares que no había pisado es algo habitual e incluso admirable. Lo hicieron Julio Verne y muchos otros. Pero Ovejero nos muestra cómo lo de Karl May era enfermizo: él mismo se retrataba en la fotografía de solapa de los libros ataviado como un explorador, aunque nunca hubiera pasado de la esquina de su calle. Era la punta de un iceberg, de un afán por el enmascaramiento. Antes de ser un escritor con miles de lectores había pasado por la cárcel por cometer diversos robos y estafas, siempre utilizando falsas identidades. Eso le supuso una primera condena de cuatro años. Al salir de prisión (donde empezó a escribir) se inventó un personaje de presunto policía que, con la excusa de perseguir billetes falsos, se apropiaba de los verdaderos a costa de la ingenuidad de los ciudadanos. Eso le costó otros cuatro años de condena. Cuando finalmente salió libre y empezó a ganarse la vida como escritor trató de borrar las pistas de su pasado y crearse una biografía nueva de hombre honesto a carta cabal, gran viajero y políglota (decía que hablaba cuarenta idiomas, cuando en verdad apenas chapurreaba un par). Incluso llegó a comprarse un título de doctor honoris causa por la universidad Germana-Americana de Chicago para desmentir a los que empezaban a acusarle de farsante. Curiosamente, el declive definitivo de May le sobrevino cuando empezó a contar la verdad. Con más de 60 años viajó por fin a esa América que tantas veces había descrito asegurando que todos sus personajes eran reales y los había conocido en persona. También pocos años antes había viajado a Oriente. De resultas de esos viajes vio que lo que él describía en sus libros era erróneo, así que empezó a dar un giro menos exagerado y pintoresquista. Y ésa fue la puntilla a una carrera ya en declive: los críticos serios ignoraron su enderezamiento y siguieron despreciándolo profundamente, mientras que su público quedó decepcionado por aquellas aventuras tan poco vistosas. Como colofón a su hundimiento, falló en el desesperado intento de salvar su imagen para la posteridad con una maquillada autobiografía donde se describía como un gran caballero y descalificaba a sus detractores por mentirosos y envidiosos. El libro fue secuestrado cautelarmente por un juez y May murió poco después.
Jeffrey Archer
El poderoso Sir Archer al que Margaret Thatcher tenía en tan alta estima empezó trabajando de camarero, matriculándose en un academia de policía que abandonó al poco y encontrando su primer empleo estable como profesor de educación física en un colegio en Oxford. Ovejero prefiere no tratar cómo logró en tres años, gracias a su posición de entrenador de un equipo de muchachos con padres en la élite, ascender de manera rápida. Tenía encanto, ambición y una inusitada capacidad para construir patrañas. Se ofreció como captador de fondos para Oxfam y logró que los Beatles visitaran Oxford. Ahí encontró un filón: defender asociaciones humanitarias le permitía aparentar una elevada moral, conocer gente de alto estatus y alimentar su imagen de persona eficiente. Después llegó un puesto de concejal, un matrimonio con una mujer de clase alta y un ascenso en el partido conservador. Durante su estancia en el Ayuntamiento, sus hojas de gastos eran prodigiosamente imaginativas: no sólo aprovechaba las suyas, sino que rebañaba las de otros colegas municipales para hincharlas de gastos ficticios y luego les daba una comisión. De esa manera, ganó dinero y amigos. Y con esas habilidades llegó a diputado, claro. Ovejero destaca momentos brillantes defendiendo causas progresistas junto a meteduras de patas propias de quien actúa de manera intuitiva, siempre hacia adelante. Trató de sacar ventaja de su información privilegiada en una millonaria inversión en acciones que resultó un fraude y casi lo arruina. Al verse sin dinero se le ocurrió una manera de obtener ingresos: escribir novelas. Los editores británicos que recibieron el manuscrito de Ni un centavo más, ni un centavo menos (maniqueo, descaradamente comercial y plagado de faltas de ortografía) lo rechazaron. Pero en Estados Unidos vieron el filón y lo publicaron. La Warner compró los derechos para el cine y sus siguiente novelas tuvieron una espectacular difusión. En Reino Unido fue nombrado Lord, pero su carrera política estaba en la cuerda floja por la gran cantidad de asuntos oscuros de su pasado. El diario The Star sacó a la luz su relación con una prostituta y Archer (siempre hacia adelante) lo demandó. Manipuló su coartada, pagó a un par de testigos y arregló las pruebas de manera que The Star fuera condenado a pagarle una indemnización millonaria. Pero el ambicioso Archer quiso seguir subiendo: se codeaba ya con Thatcher y John Major. Demasiado en el ojo del huracán para que no aflorasen los cadáveres sumergidos. Terminó apareciendo su exsecretaria explicando cómo le mandó destruir su agenda antigua y confeccionar una nueva cambiando las fechas para justificar su coartada en el asunto de la prostituta y todo se empezó a desmoronar. Fue condenado a cuatro años por perjurio y obstrucción a la justicia. Archer clamó contra la manera en que la injusticia se cebaba contra él. “Uno no sabe si es un caso de cinismo exacerbado o realmente llega a creerse sus propias historias”, afirma Ovejero.
Anne Perry
Éste es el caso más terrible de los muchos que relata Ovejero. Y, probablemente, el que esté expuesto de manera más compleja, porque el asunto se las trae. Aunque la historia es conocida (la película Criaturas celestiales, no especialmente memorable, hizo muy popular el suceso), él nos la cuenta desde el principio y desde diferentes puntos de vista. Todo se remonta a los años 1950, cuando se hacen amigas en un colegio de Christchurch (Nueva Zelanda) las adolescentes Julie Glamuzina y Alison Laurie. Juliet tiene unos padres que gozan de buena posición y rápidamente empatiza con Alison, cuya familia es de clase algo más modesta. Su relación se hace muy estrecha, al parecer incluso deriva en relación amorosa. Los padres de ambas deciden separarlas y Juliet va a ser enviada a Sudáfrica con la excusa de su mala salud. Pero, antes de que eso suceda, una tarde la madre de Alison se agacha en el parque a recoger un amuleto del suelo, recibe un contundente golpe con un ladrillo en la cabeza y es rematada en el suelo. Las autoras del crimen han sido Alison y Juliet. Tras un juicio muy mediático, las niñas ingresan un tiempo en prisión y son puestas en libertad con la condición de no volver a verse nunca más. Juliet se casó con Walter Perry y se hizo escritora. Las novelas (de crímenes, por cierto) de Anne Perry son muy populares y ella, una escritora muy bien considerada. Respecto a aquellos sucesos de adolescencia no ha aclarado mucho: “Anne Perry afirma haber olvidado casi todo lo que sucedió los días previos al asesinato y que sólo tiene recuerdos nebulosos del juicio”. El paradero de Pauline sigue siendo una incógnita.
texto ANTONIO G. ITURBE

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