En la mesa que se celebra la tradicional comida del último San Jordi convocada por una de las tres grandes editoriales de este país hay cerca de cuarenta comensales. Entre ellos un escritor. El resto son presentadores de televisión y radio, políticos en activo, políticos retirados, tertulianos, cantantes, protagonistas de docurealities y docushows, especies sensacionales con ventas prometedoras. El escritor es el premiado con el galardón de más popular de la casa; no tiene nada que hacer con el 10% de los espectadores que comprarán el libro de su estrella preferida. Al menos esas son las cuentas que espera cuadrar el grupo para salvar otro año, y van cinco, de caída de ventas al 20%.
En estos momentos críticos, el mundo editorial ha quedado dividido en dos bandos irreconciliables: el del vicio y el de la virtud. Ese es el panorama que pinta el joven editor francés Thierry Discepolo, que hace dos años publicó con gran revuelo en su país La traición de los editores –que ahora recupera al castellano Trama editorial-, en el que asegura que del lado del vicio están los grandes grupos editoriales con “intenciones tan dudosas como su capital” y cuyos editores “han sido reducidos al papel de máquinas de generar beneficios, propaganda y diversión”.
Del lado de la virtud, como se pueden imaginar, las pequeñas editoriales independientes con capital familiar, que “garantizan los valores sagrados del oficio”, como el pluralismo, la libertad de expresión y la perennidad del patrimonio cultural. La visión maniquea de Discepolo –director editorial de Agone, sello independiente fundado por él mismo en 1998 y dedicado a la crítica política, la historia social y la filosofía- divide la edición entre bien y mal: los editores independientes dan razón de ser al oficio como productores de libros que no son exclusivamente un objeto de consumo.
Los libros no venden
Frente a la línea pura coloca a las grandes, que “sustituyen la política editorial por una estrategia de comunicación”. Así es como la puerta de los libros se abre a los fenómenos televisivos y se olvida de los títulos literarios y exigentes. Sin paños calientes: el gigantismo de los grupos editoriales, fusionados en sus actividades “con la industria del ocio” y sumidos a la lógica de la rentabilidad, pone en peligro el tipo de libros que se leen y se discuten. El negocio ya no está tanto en la venta de libros como en la venta de las propias editoriales, resume el editor francés cuya experiencia es similar a la española. “Pero para que segunda operación pueda llevarse a cabo, es necesario que la primera lo haga posible”.
Hay nombres en esta historia de la degradación editorial que levantan ampollas, el mayor de todos es el de André Schiffrin (París, 1935), al que podríamos calificar de editor pero nos quedaríamos muy cortos al intentar resumir la figura de alguien con un sentido único de la responsabilidad respecto a la sociedad en la que crece, vive y trabaja. Ha dejado su labor escrita en los libros La edición sin editores, El control de la palabra y Una educación política (Península), donde se aclara que tiene la mayor experiencia en OPAs editoriales del mundo. Su padre fundó a principios de los cuarenta Pantheon Books y Random House la compró años más tarde.
El grupo “descubrió la incompatibilidad radical” entre ellos y el oficio de editor de libros exigentes tal y como Schiffrin lo hacía. La actividad comercial de este tipo de libros era de un 3%, mientras que sus nuevos dueños aspiraban a un 25%. Schiffrin, sometido a los dictados de la rentabilidad y lo comercial para hacer frente al crecimiento anual del 10% con un beneficio del 15% que le demandan, decide dimitir con su equipo al completo y fundar, acompañado de algunos autores, un nuevo sello: The New Press. Un lugar en el que las previsiones de venta son inferiores a varias decenas de miles de ejemplares –a las que la mayoría de los libros no pueden aspirar- pero suficientes para mantener un negocio familiar que sigue considerando el libro como una herramienta de lucha y emancipación.
Digestión rápida
El autor de La traición de los editores cree que el último cuarto de siglo ofrece el balance menos favorable entre la proliferación inédita de libros y la regresión social y política sin precedentes. “La distancia cada vez es más grande entre las promesas de emancipación y su realización”, explica. Es decir, la inflación de libros que son más un producto que una obra, hechos rápido, leídos rápido y rápidamente olvidados, destinados a asegurar ventas masivas en plazos muy breves, es una estrategia de otro tipo de negocios.
“La sobreproducción perpetúa la tiranía de la novedad, favoreciendo libros de factura y venta rápidas que no sólo se quitan el sitio los unos a los otros, sino sobre todo a los libros más exigentes”. Por eso se pregunta, con mucha ironía, el editor ¿hasta cuándo los propietarios de fábricas de escopetas o de misiles van a gastar su tiempo y arriesgar su dinero intentando obtener beneficios de los libros?
Discepolo deja claro que unos editores hacen carrera y otros libros. Pero incluso estos últimos, los editores virtuosos en manos de empresarios, no se libran de la paradoja de un buen profesional que aumenta el volumen de facturación y el valor mercantil de la empresa de su accionista principal lo suficiente como para que éste adquiera otros sellos. Hasta que llegue el momento de vender todo el lote para multiplicar por diez el potencial de sus beneficios.
Uno de esos editores virtuosos y desengañados es Hervé de la Martinière, que abandonó Hachette tras 15 años para ser “libre” y declarar la guerra a la “tentación totalitaria” de los grandes grupos como el que dejó. En la prensa lanzó un llamamiento a sus compañeros a quienes advirtió que “por mucho que queráis afirmar vuestra independencia, vuestra libertad está sometida a los directores financieros y vuestro trabajo como editores depende totalmente de una logística que es, con mucho, la principal fuente de rentabilidad del grupo Hachette”.
Virtuosos y viciosos juntos y revueltos en un territorio muy limitado: la tierra de las librerías, con una superficie en metros cuadrados de expositores y en metros lineales de estanterías. Donde los libros se empujan unos a otros, donde el pez grande es el que manda y el que pone todos los medios a su alcance para hacer menos visibles a sus competidores. “A las pequeñas editoriales les corresponde la explotación lenta y la recuperación arriesgada de lo que haya podido escapara a las grandes”, según deseos de Discepolo. El editor recupera al filósofo Jean Zéboulon para soltar el mordisco mortal: “Los regímenes totalitarios queman libros, la democracia los ahoga”.
Fuente: el confidencial
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