miércoles, febrero 03, 2021

Poemas de Alfredo Nicolás Lorenzo

 

Alfredo Nicolás Lorenzo



 IV

A María Antonia Serrano González

 

Una noche tiene que tener tu nombre para que sea una noche, y que el abejorro fije su final con cuatro patas más para el enredo; en el aguijón, un templo lleno de manos abiertas atravesados por los clavos; atravesados por la cuerda exacta de tu nacimiento y en la parte más baja del agua las caracolas asoman sus cabezas. El fondo del mar, también tiene que tener tu nombre para que sea una noche, y en la madreselva, el orador, decapite los centuriones que no calcularon los ojos petrificados en el asfalto, haciendo la intemperie para todas las preguntas. Un rostro en la ventana, a las tres de la madrugada, es el tragaluz ideal para que siempre haya un rostro haciendo intemperie del asfalto, con el palito chino que levantaste porque el peso de tu nombre en la ventana, sabe, que una noche tiene que tener tu nombre para que sea una noche. Una noche llena de abejorros que volando en círculos hacen que la vista se te pierda; que tus propias manos agarrándote fuerte por la garganta, tengan el contrapeso de tu nombre abriendo las ventanas; abriendo la arena con tu cuerpo que a cualquier hora se levanta.



VI

Hay una tierra que carcome, que tropieza, que tiene sus testigos fijos en la alambrada, porque el arco hay que tensarlo, y la flecha, es la única sombra digna de clavarse en las puertas.




X

Hay que seguir golpeando, aunque en la tierra, las espinas sean el arco que distorsiona; el arco sin entender que entre sus puntas afiladas y las puertas hay un hijo que se levanta; hay un caballo veloz que recorre las palabras poseso de sus explicaciones, y hay una hija, vestida con medio mundo, explícita en las palmas abarcándolo todo, para que la permanencia de muchas islas en una, tenga la complejidad suficiente que compromete más de una voltereta.

 Hay que recomponer el espejo, para que los peces no pierdan la línea visible de los comensales.








XI

A Dulce María Loynaz

 

Siempre hay alguien Dulce María que tira las puertas, aunque los delfines lleguen a la superficie, aunque los delfines en su salto estertóreo propicien el horizonte, que incluye los arrecifes de un país, y el redondel de mi casa.

Siempre hay alguien que te planta un círculo feroz en pleno rostro, y en pleno rostro un país, una casa, un grito con el portazo impoluto del animal que a cualquiera vomita los arrecifes, y a cualquier hora el salto de los delfines, es el concierto real de una puerta que se descalabra.

Siempre hay alguien Dulce María que prolifera con un tentáculo tras otro y hace del re- torcimiento, un riel de línea borrando tu nombre del horizonte; borrando un país, borrando los pliegues que lo justifican; borrando tu nombre tras otro, y un riel de línea rememora mi casa hasta llegar al fuego.

Siempre hay alguien sin redondel, que cree que su portazo es la mayúscula de siempre o el diminutivo a ras de suelo donde los vertebrados sancionan el polvo, para que el abrevadero sea un país, con la estulticia y los microbios visibles adentro.

Siempre hay alguien, cadáver mío y hechizo de luna en mi cadáver, que aborta la pará- bola del delfín porque incluye una casa con el estercolero de sus ventanas ondeando en lo más alto del asta; ondeando a punto fijo sus espinazos de hierro, y a punto fijo un hombre tras otro haciendo de sus cabezas el vidrio infernal que se acumula, y se reparte el vidrio en la carretera llenando la noche de púas que se levantan; del sinfín que nombra una casa tras otra, hasta que el enterramiento lea tu nombre, y mi nombre, dichoso por la desdicha.

Siempre hay alguien, Dulce María, un espécimen plural que esgrime el país como si tres metros bajo tierra fuera la velocidad más cercana, y los puntos suspensivos, la tierra que nos devuelven cuando miramos de frente la inmensidad que nos falta.

Siempre hay alguien, Dulce María, que escudriña los delfines hasta la superficie, y hace del agua, el descalabro definitivo.




XVII

Yo soy el interior que significa la suma de antepasados en mi casa, el sueño, para que las sombras tengan el tamaño del país que las precipita.




XIX

Hay un perro que ladra mientras las auras vuelan; ladra sin distingo cuando las auras proclaman la podredumbre y se reparten las sombras como el hecho memorable del silencio.





Alfredo Nicolás Lorenzo

Poeta, narrador, ensayista literario y Periodista Independiente (Camaey, 1964. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad de La Habana en 1991. Es fundador de la revista Proposiciones de la desaparecida Fundación Pablo Milanés.  Ha sido finalista del Premio de poesía NOSSIDE-CARIBE que dirige el Centro Bossio de Italia. Ha colaborado en las revistas Alforja Poesía y La Voz de Coahuila, México. Es miembro del Taller de la Creación Poética de la Fundación Nicolás Guillén. Su obra poética aparece en Memoria del Encuentro de Poetas del Mundo (Ediciones el Ermitaño, Seminario de Cultura, CONACULTA, 2011.  Es asesor literario y fundador de los talleres de narrativa Salvador Redonet, Carlos Montenegro, y   del Laboratorio de   Escritura Creativa Enrique Labrador Ruiz y del Taller Literario Juana Borrero.  Tiene una licenciatura en Historia del Arte, por la Universidad de La Habana en el 2009, y una Maestría en Etnología de la Fundación Fernando Ortiz. Ha tomado cursos en el Centro de Estudios Orientales sobre los asentamientos de los árabes en Cuba. A publi- cado Palabras Mágicas de un Poeta (2010), por la Co- lección Palabras del Oráculo, que dirige el poeta Cesar Toro Montalvo en Lima-Perú y Sonetos de Amor y otros Poemas, (Editorial Almadia, 2011). Tiene en preparación los libros: Décimas a la mirada agreste de un sinsonte y una Antología Personal del cuento. Ha sido finalista del Premio Verbum de Novela 2018 y ha ganado el Premio Praxis de Poesía 2018, convocado por la Editorial Praxis de México.


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1 comentario:

Claudio Simiz dijo...

Escritura muy personal, y a la vez incontestablemente caribeña. Me gustó mucho.