viernes, abril 15, 2022

Carta de Gonzalo More a Jesús Chávez Lazo sobre la muerte de Vallejo

 


Mi querido Chavico:

 

Hace cinco minutos recibí tu carta y me apresuro a responderte antes de que la marejada del trabajo diario me hunda entre los papeles. Aunque te parezca inconcebible, extraño, estrambótico, ilegal e ilógico, la verdad es que estoy trabajando como un animal. España tuvo la virtud de meterme definitivamente en vereda.

Veo la fecha de tu carta – 19 de abril-, día del entierro del cholo. Puedes imaginar qué duro golpe recibimos, sobre todo yo que guardé esperanzas (engañándome a mí mismo) hasta el último instante. Y yo guardaba esperanzas por el hecho de que no sabía qué es lo que tenía, ni qué demonios pasaba en su organismo. El cholo cayó en cama unas seis semanas antes de morir. Al principio fue una fiebrecilla de 38 grados y medio.  El médico que lo vio sospechaba que se trataba de los pulmones. García Calderón, el médico, le hizo varias radiografías que no revelaron nada de particular. Tuvieron pues, que abandonar la teoría de una lesión pulmonar y comenzar a buscar otra cosa.  Mientras tanto la fiebre seguía aumentando lentamente. El 14 de marzo, la legación autorizó su envío a una clínica y lo llevaron al Boulevard Arago. No sé si te acuerdes de una Clinique Chirurgicale que hay en la esquina de Denfert y Arago. Además, García Calderón le envió su médico, el Dr.  Lejar. Georgette, como de costumbre se arregló para disputarse con Lejar durante la primera consulta. No sé lo que pasó, pero el hecho es que Lejar se negó durante varios días a asistir al cholo, dando razón que su mujer era loca. Como la enfermedad hacía progresos, y merced a gestiones del Toto Noule, secretario de la Legación, Lejar volvió a ver a Vallejo, cuya fiebre había   subido   ya   a   40   grados.   Durante   ocho   días   le   hicieron todos los análisis imaginables, pero sin resultado alguno.  Todos eran negativos.  Mientras tanto, el cholo había dejado de comer completamente y la fiebre le subía por momentos hasta 41 grados. 

Una semana antes morir vino a verlo un profesor, cuyo nombre no recuerdo, pero que parecer que es la autoridad más reconocida de enfermedades tropicales. Lejar creyó que tal vez se trataba de una enfermedad contraída por César en el Perú, y que había estado latente durante años. Tú sabes, para los europeos decir Perú, es decir trópico, selvas, mosquitos, enfermedades desconocidas; no imaginan que el cholo nació y creció en plena sierra, donde las únicas enfermedades que existen son la pulmonía y el tifus.  El profesor en cuestión dijo que probablemente se trataba de fiebre malta.  Le hicieron varios análisis para comprobar el diagnóstico, pero tampoco era fiebre malta. Cada día el cholo se hundía más y lo veíamos perder terreno con una velocidad tremenda.   Entonces   Georgette, desesperada, apeló   a   una   serie   interminable   de magnetizadores, astrólogos, magos y brujos, que fatigaban horriblemente al pobre cholo.  Jorge Seoane, lleno de rabia, tuvo un día una disputa con Georgette que había obligado al cholo a estar sentado mientras le hacían los pasos magnéticos.

El día 14 de abril, víspera de su muerte, llegué yo a la Clínica a las 9 de la mañana y desde afuera oí unos gritos desgarradores del cholo. Los médicos habían decidido, in extremis, hacerle una punción lumbar. Puedes imaginar que en el estado de debilidad suma en que se encontraba César no pudo resistir la punción, y no llegaron a obtener el líquido céfalo-raquídeo. Cuando terminó la punción, el cholo entró en agonía.  Yo me fui a mi trabajo y regresé a las tres de la tarde.  De tres a cinco pasé a la cabecera de su cama viéndolo cómo se hundía irremediablemente. 

La fiebre había subido a 41 grados y medio.  El pobre cholo deliraba con España y con su apartamento de la rue Moliere. Quería levantarse de la cama e ir al Palais Royal. Ya no conocía a nadie y una rale imperceptible le cortaba las palabras. A las diez de la noche regresé y el estertor se oía desde fuera. El Toto estaba en la clínica y nos quedamos hasta las dos de la mañana. No pude conciliar el sueño y a las cuatro me levanté. Hubiera querido ir a la clínica, pero como ahora vivo en Banlieu no había medios de comunicación. Me volví a acostar y dormité un rato. A las ocho me vestí y tomé el autobús para París.  Llegué a la clínica, minutos antes de las nueve con una vaga esperanza de que una reacción hubiera podido efectuarse durante la noche. Cuando subí las escaleras, la puerta del cuarto de César se abrió y la mujer de Oyarzum salió corriendo, pero antes pude entrever la cama de César y lo vi rígido y con la cabeza para atrás. Hacía cinco minutos que había muerto. Estaban en el cuarto Juanito Larrea, que también acababa de llegar, y Georgette. Ver al cholo estirado e inerte fue para mí la cosa tan inconcebible que verdaderamente no me di cuenta clara de la tremenda realidad. Creo que a Georgette le pasó algo parecido, porque estaba átona.  Las enfermeras nos hicieron salir del cuarto para vestirlo y cerrarle la boca que había permanecido abierta con un rictus terrible de sufrimiento. En el cuarto se sentía ya el olor de la muerte.  Cuando salimos con Juanito entraba un cura que no sé quién tuvo la idea de llamar. De ahí la leyenda de “El Comercio”. Yo tengo la evidencia de que fue la Legación del Perú la de la intriga que aquí se tejió para hacer aparecer que el cholo se había confesado y comulgado.  Pero, y en nombre de la memoria de César, te doy mi palabra de honor de que César ni pensó en curas ni vio ninguno. La mujer de Oyarzun, que pasó toda la noche junto a su cabecera, cuenta que a las cinco de la mañana llamó a su madre, y media hora antes de morir dijo “España. Me voy a España”. Estas fueron sus últimas palabras. El último pensamiento de César Vallejo, en el momento en que franqueaba los dinteles de la muerte fue dedicado a España.  Vivió y murió con una clara conciencia política, como un verdadero comunista. 

Qué más te voy a contar.  Como murió en viernes santo no pudo enterrársele hasta el martes 19. Durante cuatro días estuvo expuesto en el cuarto de la clínica. Cada día el olor de la descomposición del cadáver se hacía más violento. Yo llevé a Emile para que le hiciera unas fotos, pues la expresión de su rostro muerto era verdaderamente maravillosa. No te imaginas que belleza interior y qué luz extrahumana en la gran frente del cholo.  El gesto de dolor que yo vi minutos después de su muerte, desapareció para dar vida a una expresión de serenidad y de bondad infinitas. La ilusión de que no estaba muerto, sino dormido era tan grande, que nos acostumbramos, y la segunda noche hemos pasado conversando tranquilamente a su lado.

El día 17 me enteré que los preparativos para el entierro estaban hechos.  La legación del Perú corría con todos los gastos y estaba en momentos de arreglar los detalles para hacerle un entierro religioso. Funerales en la iglesia, curas, monaguillos y todo ese bazar.  No sé si con razón o sin ella creí que el gobierno trataba de traficar políticamente con la muerte de César. Nos pusimos de acuerdo con Juanito Larrea, Iduarte y otros escritores españoles y latinoamericanos y gestionamos inmediatamente con l’Association des Escrivains, de la Maison de la Culture, a fin de que pidiese oficialmente a la Legación el derecho de enterrar a Vallejo. Así se hizo, y Aragon y Jean Cassou se pusieron al habla con García Calderón.  Naturalmente, la Legación no pudo negarse y el día 19 a las seis de la mañana, trasladamos su cadáver a la Maison de la Culture. De esta manera fueron los escritores de Francia los que organizaron el entierro. La Maison de la Culture se portó admirablemente.  Arreglaron el gran de entrada y se montaron guardias cada cuarto de hora desde las ocho de la mañana hasta las doce que salió el cortejo. Todos los diarios de izquierda habían publicado artículos anunciando su muerte, de manera que ese día, sin exageración, los más grandes escritores de Francia asistieron al entierro.  Estaban ahí Cassou, Aragón, André Malraux, Tristan Tzara, Bloch, etc., etc. En el cementerio tomó la palabra Aragón en nombre la l’Association des Ecrivains, después el secretario de la Embajada de España y a continuación yo a nombre del P.C.P. Yo tuve que hablar así por varias razones: primero poner en su lugar la posición de César y hacer constar que había vivido y muerto como un revolucionario. Segundo porque el P.C. francés lo creyó necesario. Y nada más, mi querido Chavico. Te envío como recuerdo una foto del cholo muerto.

 

Gonzalo More

París, 24 de mayo de 1938

No hay comentarios.: