"Expediente Vallejo" Premio Copé de Oro de la XIX Bienal de Poesía 2019.
A las usinas he ido muchas veces. Será que
he nacido desarmado del todo para luchar con el mundo?
(París, 26 de mayo de 1924)
III
A
mi alrededor solo hay luz apagada.
Los
colmillos crecen tras los pasos que vamos dejando atrás,
se
amontona el veneno,
fluye
el filo de la soga que nunca retorna al suelo.
Los
griteríos nos ensordecen,
busco
el rincón indicado para la deidad,
para
construir sin premura los muros que nunca cruzaremos.
El
mundo es de doscientos francos,
de
un sombrero ladeado que apenas cubre mi cabeza,
de
una habitación vacía con solo papeles para huir,
pequeños
y pobres papeles donde deletrear algo.
El
asfalto ha crecido,
hay
un vasto espacio empequeñecido para mí.
Inmensos
horizontes desplomados para mí,
enmudecidos
rincones a donde hemos llegado huyendo
a
duras penas.
Trepo
innumerables veces solo para alcanzar minucias.
Esbozo
letras a la luz del día,
apenas
unas letras que se rehúsan a ser un abecedario hermoso.
El
mundo frente al Palais-Royal voraz
me
hace trizas, me derrumba.
Voy
hecho un revés,
camino
hecho un macizo revés.
Estoy
sin espesor enumerando oficios que no han sido creados
para
mí,
mis
innumerables dedos solo saben ser pájaros inalcanzables.
IV
Tal
vez no alcance a ser pájaro,
solo
sea la ventana huida,
aquella
ventana con sus dos ojos prófugos,
y
esa luz tenue, misteriosa.
Aquella
ventana inconclusa hecha de indefensas miradas
que
solo existen para mí.
Tal
vez no alcance a ser las mil flores que crecen
en
el jardín,
solo
sea la mano nerviosa eternizada a un movimiento
imperecedero
sobre el papel.
Afuera
no hay límites solo ruidos extraños que dejamos pasar.
Tal
vez no alcance a ser la hoguera en invierno,
solo
sea el paso que va sin destino,
el
abrir y cerrar de ojos cuando sienta alguna presencia
en
esa ventana que a ratos me hinca con su mirada,
o
solo sea la otredad que huye,
la
pesada mano que se aferra al filo de la vidriera
que
se rompe.
(Vivía en el Hotel de Richelieu con
Henriette Maisse. Al frente una jovencita lo miraba desde su ventana. A ella le
impresionaba su figura exótica que parecía irradiar una luminosidad que nunca
antes había visto. El ser predestinado, años más tarde, llegaría a ser su
esposo.)
VII
Hay
un hermano en mí.
Una
hermana en el sanatorio de La Charité
ofreciéndome
su mano,
al
fondo dos pájaros hermanados alzan vuelo y se van de París.
La
rugosa espera siempre de pie.
Nada
hay solo el hermano pan en su funeral
y
la hermana leche arrodillada en un rincón,
está
el hermano sin afeitar con su poncho de hule
para
cuando llueva en invierno,
está
la hermana con dos goterones de lágrimas
a
la puerta de la casa esperando a los hijos,
el
cartero con sus sandalias de cuero andando
por
calles erróneas,
hermana
sandalias encanecida.
Hay
un hermano en ti,
un
hermano de trancos largos para irse,
una
hermana con su tosecita detrás de la puerta
hablando
para nadie,
la
hermana soledad que rehace sus espacios para no
sentirnos
tan solos.
Hay
un hermano a quien busco por años
y
no lo encuentro nunca.
(Fueron doce hermanos. Vallejo los dividió
en tres grupos: los viejos, los mayores y los pequeños. En París, la vida dura
le mostró que, en los momentos más difíciles de
su vida, aparecía un nuevo hermano: un amigo, una señora, la patrona del hotel,
su pareja, etc.)
V. Visitando
el Père Lachaise
90 La muerte es de cal.
Un arco de mármol abriga el pequeño espacio
hacia donde llegaremos algún día.
Recorro cien vértebras de granito,
lápidas que se agrupan conteniendo
95 todas las muertes.
Un árbol espectral crece hasta alcanzar la
diestra
del infierno.
El camino es sinuoso,
las raíces van tejiendo sus cercos hasta
devorar las tumbas.
100 En medio de aquel nido de cal
espera el silencio,
las gárgolas con sus ojos fríos
nos miran desde todos los lados,
los pasos perdidos nos han llevado
105 al centro del final,
tumba a tumba
como si se movieran por instinto,
cada enramada de muerte,
cada roca enverdecida por la lluvia,
110 los pasos exactos se despliegan
cómplices de aquel espacio que nos
sostiene en vilo.
El cementerio parece
tomar vida,
yo lo veo en aquellos
cuervos que nos miran
115 como si nos
conocieran.
Un monolito de piedra
en medio de un cuadrante
de yerbas
agonizantes.
Un árbol ahorcado en
su soledad.
El Père Lachaise deletrea
sus muertos,
120 no hay
premura,
solo existe la espera
y la enmudecida
contemplación de la MUERTE.
VIII. En el
Louvre
Una perspectiva de
volumen sobre una mesa medieval
es el Louvre.
180 Una acuarela
con colores degradados y
un cuadro de Chagall es
otro Louvre.
La pata de madera de
un caballete viejo que sostiene
un óleo de kandinski y
la mujer que la mira es el Louvre.
El seno desnudo de la
Maja, la mesa con frutos frescos,
185 la copa de
vino tinto que tomaré a orillas del Sena es el Louvre,
Un rayo de sol, una
turista japonesa que me sonríe mientras
contemplo la Venus de
Milo es un pedazo de Louvre.
Aquel viejo pintor en
la Place du Tertre que me ofrece un óleo
barato es otro pedazo
de Louvre.
190 Las gárgolas
del Notre Dame que parecen acecharnos,
un Delacroix es otro Louvre.
La mesa que se mueve,
los jarrones chinos, el marco dorado,
el policía de
seguridad que me observa,
el Gauguín del Orsay
es el Louvre.
195 Las bancas
del Palais Royal con nombres de poetas,
la Isla San Luis y la
plaza Aragón es un pequeño Louvre.
Yo observo el
atardecer
con un libro de
Reverdy en la mano
y con todas las ganas
de beber un Château Margaux
200 para aplacar
el frío
¿sería eso acaso otro
Louvre?
El pájaro que vuela,
la rubia que se
sienta a mi lado y que posee los mismos ojos
que la Gioconda,
205 la gente que
me rodea,
la guía con su radio
en la mano haciéndome señas
y ese tren que se va
sin mí es el eterno Louvre.
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