El escritor Juan Gabriel Vásquez recibió, con la novela ‘El ruido de las cosas al caer’, el premio de novela Alfaguara 2011.
"Hay cosas que sólo la novela puede decir"
Por: Angélica Gallón Salazar
El escritor y columnista de El Espectador echa un vistazo a los rastros del narcotráfico con su obra 'El ruido de las cosas al caer', que acaba de ganar el premio Alfaguara de novela.
La imagen del hipopótamo de la hacienda Nápoles, abatido por el Ejército, de alguna forma inaugura esta novela. ¿Por qué esta imagen ha sido tan fuerte para la conciencia colombiana?
Lo que me pasó a mí fue que con esa figura del hipopótamo sentí que con un retraso injustificable, inexplicable, se cerraban esos años 80 y la experiencia de crecer en una Bogotá durante la guerra contra los carteles de la droga. El miedo y la incertidumbre tuvieron una especie de coletazo muchos años después con la imagen de este hipopótamo muerto. Pero más allá de mi experiencia, creo que impactó tan fuerte en la conciencia de los colombianos por la misma razón por la que la hacienda Nápoles nos fascinó siempre, era una especie de lugar mágico, mitológico, de alguna manera fuera de todo lo esperable y predecible en Colombia, un lugar que apelaba a cierta inocencia y que al mismo tiempo sabíamos que estaba construido de la forma menos inocente.
¿Cuál es el tema central de esta novela que recibe el Premio Alfaguara, ‘El ruido de las cosas al caer’?
Me fui dando cuenta de que el lugar que ocupa la traición en Los informantes, lo tiene el miedo en esta novela. Este es un examen desde muchos puntos de vista de la manera como el miedo contaminó nuestras vidas y cómo aprendimos los colombianos a vivir eso, sin advertir que eso tendría consecuencias profundas en nuestra sociedad y en la manera como nos relacionamos con la gente.
Ha señalado que en esta novela no hay armas ni violencia, no hay imágenes de las drogas, ¿por qué esta decisión?
No hay coca, no hay pistolas, no es un thriller, no es una narconovela —que por otra parte es un género que respeto, sobre todo en las obras de Hélmer Mendoza o Yuri Herrera—. Pero no quería hacer eso. Quería perseguir mis propias obsesiones. En esta obra hay realmente una mirada fuerte y compasiva sobre las relaciones de pareja y la forma como las condiciones externas nos revelan el peso que la historia tiene en la vida privada.
¿Cómo fue el ejercicio de documentación?
Fue muy azaroso y tuvo algo de pequeña aventura periodística, porque el primero de los documentos que construyeron la novela me llegó a las manos en 1999 y fue la grabación de la caja negra de ese vuelo de American Airlines, que se estrelló cerca de Cali, en 1995. A partir de este documento otros materiales fueron llegando a mis manos, por ejemplo, las cartas de un norteamericano que vino con los Cuerpos de Paz a finales de los 60, y así, poco a poco mezclando investigación consciente y entregándome al azar se fueron armando los personajes. Si no fuera tan largo ese proceso, tan dispendioso y tan poco práctico, sería la manera más fácil de escribir una novela, porque casi que los personajes se van construyendo solos.
Ha dicho que nuestra época les ha declarado la guerra a los matices, ¿cómo hace para mirar un pasado doloroso con matices?
Es parte de una ética de la novela que heredamos desde Cervantes. Él fue el primero en decir este aparato nuevo no está hecho para juzgar, ni emitir juicios, ni absolver a nadie. La neutralidad de la novela es una de las grandes virtudes del género. Las buenas novelas se acaban revelando contra todo deseo del autor de mandar un mensaje, una moraleja.
¿Por qué es tan importante la idea de su generación, por qué tanta conciencia de su tiempo?
Lo que me sucedió con esta novela fue darme cuenta, con pasmo y fascinación, de que mi generación es absolutamente contemporánea de la droga como negocio. Soy del 73, pero por conveniencia mi narrador nace en 1970, el año en el que Richard Nixon por primera vez habla de la “guerra contra las drogas”. En 1969 Nixon ha mandado a cerrar la frontera con México para que no entre más marihuana y es el año de la famosa Santa Martha Golden. En esos años nace también la DEA, ¡que es contemporánea mía! Compartir una generación con este negocio me llevó a preguntarme en la novela, ¿qué implicaciones tiene esto? ¿Nos dice algo de nosotros mismos como generación? ¿Algo sobre la anterior y las venideras?
¿Cuál es la función que le ve a la novela?
Es un poco como dice Milán Kundera. “La única razón de ser de la novela es decir lo que sólo la novela puede decir, es decir, la ética del novelista consiste en usar la novela para decir cosas que no se pueden decir de otra manera. Esa es la única regla. Y esto tiene que ver con una de las cosas que mejor hace la novela y es iluminar ese cruce de caminos entre los destinos privados y los grandes movimientos históricos.
¿Cómo recibe este premio?
Voy a poder escribir el primer libro con total tranquilidad, y esa experiencia no la conozco, porque me ha tocado trabajar en traducciones, dictar clases, hacer periodismo. Pero lo más importante es que soy consciente del tipo de literatura que escribo y tenía asumido que mis lectores eran de un margen limitado. Esto lo que hace es permitirme, sin modificar ni un milímetro mi idea de la literatura, sin hacer concesiones, llegar a un número muy amplio de lectores.
Fuente: El espectador.com
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