Banana Yoshimoto
En los últimos años, la brújula literaria dio un giro de 180°: de apuntar a Latinoamérica pasó al continente asiático para explosionar en la tierra del sol naciente.
En los años 60 y 70 estalló el boom latinoamericano con jóvenes escritores que retrataron con pericia y magnificencia los exóticos paisajes y la realidad del continente, poco conocidos en el mundo en aquellos años. Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Julio Cortázar, entre otros, se consagraron como representantes de la literatura latinoamericana. Sin embargo, en el siglo XXI, en el mítico, tecnológico y no menos exótico Japón brillan y cautivan las plumas de Haruki Murakami, Banana Yoshimoto y Yasunari Kawabata y otros.
Pero esta atracción literaria va más allá de una flor de loto, un haikú, el sushi o las artes marciales. Es un placer literario más picante que el wasabi y más fuerte que el saque. Quizá esos ideogramas que se desdibujan en traducciones occidentales son los que nos llevan a mundos de un Japón perdido en recuerdos y fragmentos del pasado, pero con un presente moderno y novedoso donde yacen personajes únicos que nos abren su alma.
Una muestra de ello es Haruki Murakami cuyos libros desnudan el espíritu de sus personajes en una búsqueda incesante de amar y ser amados. Un deseo sublime y una fragilidad conmovedora que se impregnan en la letra de sus libros Kafka en la orilla, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, Tokio Blues, After Dark, Sputnik mi amor, El fin del mundo y el despiadado país de las maravillas, entre otros.
La capacidad de Murakami para fusionar la realidad con la ficción es sorprendente y es un rasgo que caracteriza el estallido de la literatura japonesa actual. Relatos que por momentos son como una neblina donde lo impensable, las fantasías, deseos y memorias se entremezclan con el realismo para tejer una trama en una zona donde la frontera entre la vida real y la imaginada se confunde y fluye con naturalidad en el relato.
Esas imágenes, un tanto confusas y oníricas, suelen armar historias que encantan al lector como por arte de magia en su acercamiento a ésta la estética de la rareza. Un ejemplo es Kafka Tamura, el personaje principal del libro Kafka en la orilla. Murakami, quien suele perderse en sus sueños, plantea anhelos tan reales que hacen que el lector no diferencie la realidad de la fantasía en la que nos sumergen las vivencias del personaje.
En el boom de la literatura japonesa también hay voces femeninas, y la que más resalta es Banana Yoshimoto. Una prolífica escritora que comenzó a escribir mientras trabajaba de camarera en un restaurante de un club de golf en Tokio, y que ahora que ha desatado una bananomanía entre sus seguidores.
MAHOKO. Banana, cuyo nombre real es Mahoko, prefirió usar el pseudónimo que la asocia con las flores de la banana. La escritora reconoce a Stephen King como una de sus mayores influencias pero por sus obras fuera del género del terror. También reconoce la influencia del periodista y narrador Truman Capote y de Isaac Bashevis Singer. Su primera novela, Kitchen, fue un éxito inmediato —más de 60 ediciones en Japón y traducciones a más de 20 idiomas—, con la que ganó el Premio Umitsubame de Primera Novela y dio lugar a dos películas.
Como una geisha entrenada en el arte del té, Yoshimoto sabe deleitar y seducir con sus narraciones cercanas al lector. Sus historias se desarrollan alrededor de personajes jóvenes de grandes ciudades, mostrando un gran interés por los detalles y lo cotidiano. Sus temas giran en torno a la muerte, el adulterio y la sexualidad.
La muerte es una temática recurrente en el boom de la literatura japonesa. No hay historia en la que no parta al mundo de los muertos algún personaje. Pero la muerte más allá de ser un ornamento de la trama es un elemento identitario de la cultura nipona. La vida más allá de la muerte y el mundo desconocido donde llegan los que ya dejaron la vida son escenarios en los que los personajes también cuentan sus historias. Son otros mundos que rompen el concepto clásico del cielo e infierno y son espacios de monólogos y reminiscencias. Vale la pena citar una frase de la autora: “Quiero seguir sintiendo a toda costa que algún día he de morir.
De otro modo, no sentiría que estoy viviendo. Por eso, mi vida es así”.
Pero un poco más atrás de estos jóvenes escritores están los precursores del boom de la literatura japonesa: el premio Nobel de Literatura de 1968, Yasunari Kawabata, fue uno de los primeros. Este tokiota destaca por su pericia narrativa, capaz de expresar la idiosincrasia de la cultura japonesa con enorme sensibilidad. Sus libros dejan a flor de piel las emociones humanas con un delicado lenguaje de impresionante belleza lírica. Sus temas intimistas giran en torno a lo amoroso, son exploraciones de la soledad y de las delicadas relaciones del humano con los otros humanos y con la naturaleza que le rodea.
SOLEDAD. Kawabata quedó huérfano a los 15 años y sin ningún familiar que cuidara de él. Saboreó la soledad, una soledad profunda que sabe sublimar en sus textos. En 1925 publicó Diario íntimo de mi decimosexto cumpleaños. Sin embargo, su estilo cobró verdadera personalidad y madurez en los relatos de La bailarina de Izu (1926). Kawabata es de aquellos escritores cuya sensibilidad les permite meterse en la piel de sus personajes femeninos. Una prueba de ello es su obra cumbre, País de nieve (1937), que narra la relación entre una geisha que ha perdido la juventud y un insensible hombre de negocios.
Otro aspecto sobresaliente de la narrativa japonesa contemporánea es la reminiscencia, la añoranza del pasado. Kenzaburo Oé, digno representante de la literatura nipona y también Premio Nobel, añora las vivencias de su infancia. En su novela La Presa narra sus recuerdos tempranos. Con esta obra ganó en 1958 el premio Akutagawa.
El boom de la literatura japonesa nos brinda un puente de acercamiento con el país del sol naciente, un lugar que parece tan lejano y enigmático pero al que podemos mirar hoy a través de sus escritores y sus libros.
Fuente: La Razón
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