Por: MAURICIO CABRERA GALVIS
La mayoría de los escritores creen y manifiestan que escriben con algún propósito que trasciende el mero interés de gustar a los lectores, y también la mayoría de quienes leen buscan algo más que el placer lúdico de la entretención. Eso sí, todos coinciden en que cualquiera que sea el propósito, el requisito indispensable es la estética de las palabras.
Son variados los motivos que animan a personas, también muy diferentes, a enfrentarse al reto de componer un texto. Desde las posiciones políticas de quienes piensan que la literatura es subversiva cuando trata de recuperar la memoria de hechos que intentaron enterrar las lecturas oficiales de la historia, hasta la necesidad, y a veces la urgencia, de contar y compartir profundas experiencias personales que transformaron la vida del autor.
Es interesante observar que, cualquiera que sea el propósito, los escritores tratan de que sus libros tengan en otros los mismos efectos que el impacto que la literatura tuvo sobre ellos cuando empezaron a leer. Es decir, salir de sí mismos, descubrir mundos, entender que existe un otro, salir del yo, de “la miseria de la propia intimidad”, como dijo uno de ellos, para reconocer la existencia de los otros. La literatura no nos salva pero si nos hace más decentes porque nos abre la puerta de la empatía por el otro.
Una de las pocas voces disidentes frente a esta visión teleológica de la literatura fue, para sorpresa de muchos, la del español Fernando Savater, muy conocido por su libro “Ética para Amador”, quien piensa que la literatura solo debe entretener, sin fin utilitario en la lectura distinto del placer mismo de leer.
Lo contrario la planteó de manera magistral el premio Nobel, Mario Vargas Llosa, tanto con el relato de su propia experiencia como con su ensayo, “La civilización del espectáculo”. En su caso personal, los libros leídos en la academia militar donde su padre lo envió para alejarlo de la literatura, le abrieron nuevos mundos, le permitieron conocer nuevas realidades y le confirmaron que su vocación era ser escritor.
En su ensayo, critica no solo la literatura sino las artes convertidas solo en entretenimiento para las masas, sin incitar a la reflexión, sin trascender el placer del momento. Es la banalización de la cultura que traiciona su papel esencial de ayudarnos a imaginar mundos mejores, de ser el alimento de la libertad y el antídoto contra todos los autoritarismos.
Este antagonismo en las visiones del arte y la literatura tampoco es nuevo. Es la misma contraposición entre la visión de los griegos del arte como re-creación, volver a crear, producir algo nuevo, y la de los romanos del arte como di-versión o distracción. Por eso el teatro griego enfrentaba al espectador con los hechos de su sociedad, los re-creaba y se representaba en espacios abiertos e integrados a la ciudad, mientras que el espectáculo romano era en espacios cerrados para aislar al espectador de sus realidades cotidianas, dis-traerlo. ¿Cuál visión predominará en nuestra sociedad?
Son variados los motivos que animan a personas, también muy diferentes, a enfrentarse al reto de componer un texto. Desde las posiciones políticas de quienes piensan que la literatura es subversiva cuando trata de recuperar la memoria de hechos que intentaron enterrar las lecturas oficiales de la historia, hasta la necesidad, y a veces la urgencia, de contar y compartir profundas experiencias personales que transformaron la vida del autor.
Es interesante observar que, cualquiera que sea el propósito, los escritores tratan de que sus libros tengan en otros los mismos efectos que el impacto que la literatura tuvo sobre ellos cuando empezaron a leer. Es decir, salir de sí mismos, descubrir mundos, entender que existe un otro, salir del yo, de “la miseria de la propia intimidad”, como dijo uno de ellos, para reconocer la existencia de los otros. La literatura no nos salva pero si nos hace más decentes porque nos abre la puerta de la empatía por el otro.
Una de las pocas voces disidentes frente a esta visión teleológica de la literatura fue, para sorpresa de muchos, la del español Fernando Savater, muy conocido por su libro “Ética para Amador”, quien piensa que la literatura solo debe entretener, sin fin utilitario en la lectura distinto del placer mismo de leer.
Lo contrario la planteó de manera magistral el premio Nobel, Mario Vargas Llosa, tanto con el relato de su propia experiencia como con su ensayo, “La civilización del espectáculo”. En su caso personal, los libros leídos en la academia militar donde su padre lo envió para alejarlo de la literatura, le abrieron nuevos mundos, le permitieron conocer nuevas realidades y le confirmaron que su vocación era ser escritor.
En su ensayo, critica no solo la literatura sino las artes convertidas solo en entretenimiento para las masas, sin incitar a la reflexión, sin trascender el placer del momento. Es la banalización de la cultura que traiciona su papel esencial de ayudarnos a imaginar mundos mejores, de ser el alimento de la libertad y el antídoto contra todos los autoritarismos.
Este antagonismo en las visiones del arte y la literatura tampoco es nuevo. Es la misma contraposición entre la visión de los griegos del arte como re-creación, volver a crear, producir algo nuevo, y la de los romanos del arte como di-versión o distracción. Por eso el teatro griego enfrentaba al espectador con los hechos de su sociedad, los re-creaba y se representaba en espacios abiertos e integrados a la ciudad, mientras que el espectáculo romano era en espacios cerrados para aislar al espectador de sus realidades cotidianas, dis-traerlo. ¿Cuál visión predominará en nuestra sociedad?
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