domingo, enero 05, 2014

Reina María Rodríguez, más allá de la poesía

 
El Premio Nacional de Literatura es en ella afirmación de una individualidad, de un proyecto, de un horizonte intelectual y de comportamiento dictado por el tejer cotidiano de actos y juicios, de discusiones y asunciones, de resignación y coraje.
 
Para los que conocemos a Reina María Rodríguez desde la universidad, su Premio Nacional de Literatura nos ha sorprendido en el sentido de las muchas veces que ella lo ha rechazado. Algo está cambiando en Cuba para que ella, al fin, lo acepte. Y no queremos pensar que está enferma de gravedad, usual en la entrega de este malhadado premio, otorgado por décadas a personalidades que estaban con un pie en la tumba.
 
Ha dicho el jurado: "Por su trascendente obra que ha llenado un espacio imprescindible en el panorama de la poesía cubana contemporánea, con alta calidad estética, ética y conceptual… Su lírica ha sido capaz de aunar lo mejor de la gran tradición poética cubana y occidental contemporánea y mantiene hoy su vitalidad y sostenido crecimiento".
 
Esta última consideración apunta, muy solapadamente, a que de los 18 candidatos para premio, algunos autores no se mantenían activos, puestos a vivir de sus glorias pasadas. Pero no hay que ser tan mal pensada. ¿O sí?
 
Del  jurado es también esta frase: "en sus textos se puede observar una vocación de búsquedas y renovaciones además de un compromiso constante con la literatura y la sociedad cubana, lo que le ha valido un gran reconocimiento nacional e internacional".
 
Lo que no dice el jurado
 
Es que Reina es más, mucho más: es  un mito nacional, una leyenda viva de la llamada república de las letras, un ser cuya influencia alcanza a casi cuatro generaciones de narradores, poetas, artistas plásticos, músicos… La novia ideal de muchos de ellos, también la amiga,  la hermana, la madre. Para las jóvenes que se acercaban a la poeta, celosas, ansiosas por acceder a la literatura, los embarazos de Reina, uno tras otro, con sus enormes barrigas, persiguiendo ojos azules, les hacían pensar que,  simplemente, estaba loca.
 
El alternativo grupo Paidea, La Azotea de Reina, en su casa de la calle Ánimas, y luego su Torre de Letras, en el Palacio del Segundo Cabo, en La Habana Vieja, hasta su última y molesta mudanza para la azotea del Instituto del Libro, han sido, cada uno en su momento, el único, solitario lugar de resistencia contra la mediocridad, la incultura, la estulticia intelectual (y de la otra), de los años 70, 80; un espacio de esperanza y redención, en los 90, y así sigue en la primera década del siglo XXI, escuchando, apoyando, velando porque se publiquen libros valiosos, tanto de autores nacionales como extranjeros, en su original colección de 150 ejemplares cosidos a mano, según el método japonés kangxi.
 
En la colección Torre de Letras, dirigida por Reina María Rodríguez, han aparecido títulos como  El contragolpe (y otros poemas horizontales) del poeta de Alamar, el inefable Juan Carlos Flores; Semovientes, antología poética de José Kozer, con prólogo de Gerardo Fernández Fe o Las quebradas oscuras (antología personal, 1984-2002), de Jesús David Curbelo, entre otros, sin olvidar la excelente El arcano o el arca no, poesía argentina de fin de siglo, selección y prólogo de Daniel Muxica.
 
Junto a Reina María Rodríguez, a la par con ella, crecieron muchos de nuestros mejores narradores y poetas de la segunda mitad del siglo XX. A saber, casi todos los escritores pertenecientes al grupo Diáspora, los de Cacharros, poetas como Pedro Marqués de Armas, Rogelio Saunders,  narradores como Antonio José Ponte, Jorge Alberto Aguiar, entre tantos que hoy son reconocidos en este premio,  qué duda cabe.
 
Solo los que comenzaron a escribir en el 2000, la llamada Generación Cero, escapa un tanto a su influencia, la respetan ─al César lo que es del César─ pero no se arropan bajo su reinado: pertenecen a la era digital, poco tienen que ver con los del pensamiento analógico. Comparten, sin embargo, preocupaciones básicas, recorridas todas por esa gran preocupación común: Cuba.
 
El mundo de Reina
 
Observadora implacable, su poesía, aparentemente de puertas adentro —la azotea,  la habitación, un rincón en la escalera, lugares donde la gente se ama, construyen casas, crean hijos— también es de la calle, de los transeúntes, de personas y personajes.
 
Son señas personales suyas la melancolía, la nostalgia, la confusión: "perdí a muchas personas cercanas y sé que hay que escribir sobre la muerte". Su poesía ha ascendido, por etapas, que van de lo coloquial de Una casa de Ánimas (1972), Cuando una mujer no duerme (1980), Para un cordero blanco (1984), a los delirios ─¿posmodernos, de filosofía budista?─ de Te daré de comer como a los pájaros (2000).
 
Celebremos la aventura de escribir con verdad, la exploración ética que involucra, íntegramente al autor y se da con plenitud en la obra de Reina María Rodríguez: afirmación de una individualidad, de un proyecto, de un horizonte intelectual y de comportamiento dictado por el tejer cotidiano de actos y juicios, de discusiones y asunciones, de resignación y coraje.
 
Cuando todos se iban, Reina permanecía impertérrita en su azotea, con absoluta conciencia de sí misma, fiel a lo soñado con razón y vocación. Sustos, malos ratos, amarguras de todo tipo no han faltado donde gobierna la doble moral con impunidad abrumadora. También alguna vaga piedad hacia sujetos indeseables. La intensidad de lo vivido nadie se la escamotearía.
 
Celebremos, pues, este premio, que nos honra a todos, celebremos el privilegio de contar con su talento, su valentía. Esperemos que siga siendo libre, que nada la ate, ni circunstancial ni "oficialmente".
 
¡Felicidades, poeta!

Fuente: Diario de Cuba

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