Por: Federico Martinón Sánchez
Galicia ha aportado destacadas contribuciones literarias al mito del vampirismo de la mano de autores tan importantes como el Padre Feijoo, Emilia Pardo Bazán, Castelao y Wenceslao Fernández Flórez. Como ya les habíamos adelantado, con motivo del centenario de Bram Stoker (1847-1912), la Fundación Luis Seoane de A Coruña, comisariada por el editor Jesús Egido y en colaboración con Eduardo Riestra, muestra actualmente la exposición Drácula, un monstruo sin reflejo, centrada tanto en la figura del escritor irlandés y en su más célebre creación literaria, Drácula, como en sus orígenes y posterior influencia en todos los ámbitos culturales, desde los más ilustrados hasta los más populares. Las interpretaciones dadas a estos seres fascinantes han sido muy variadas, si bien podemos avanzar que la evolución general de la literatura de vampiros ha sido hacia su progresiva humanización, pasando de monstruos cadavéricos animados a seres con más rasgos cada vez más humanos y cargados de emociones. Esta evolución se ha visto reflejada en la literatura de Galicia –objeto del análisis de hoy– cuyas aportaciones al tema del vampirismo, con significados distintos, son las que siguen.
En el siglo XVIII, se produjo en Europa una polémica sin precedentes sobre la existencia de los vampiros, de la que se hizo eco el Padre Feijoo en una de las Cartas eruditas y curiosas (1742-1760). La controversia tenía su origen en la revelación del vampiro como arquetipo que representa la otredad, lo monstruoso, el peligro del barbarismo del Este y la amenaza de las supercherías de sus habitantes, cuya influencia se había extendido por el mundo como una plaga incontrolada. En la Carta XX, el erudito ourensano desmontó las teorías expuestas por el benedictino Calmet, inicialmente en 1749 y después en 1751, en su Tratado sobre las apariciones de los espíritus y sobre los vampiros. Sin embargo, como expone Irene Gómez Castellano (Salina. 2007; 21: 91-100), aunque el Padre Feijoo explora las tensiones y ansiedades del discurso de la razón ilustrada y acaba calificando estas historias de vampiros como "patrañas", su propio análisis nos remite continuamente a Oriente, la imaginación, la alineación y la literatura, que ejemplarizan cómo todavía se desarrolla este particular debate contra la oscuridad en el reinado de la Razón.
A mediados del siglo XIX, el Realismo narrativo desembocó, a través de la obra de Zola, en el movimiento naturalista, un método empírico de analizar la sociedad, exhibir sus defectos y corregirlos. En la Literatura Española, su máxima representante fue Emilia Pardo Bazán (1851-1921), aunque su naturalismo se haya moderado por su ideario cristiano hasta el punto de que, en algunas de sus obras, no aparece por parte alguna. Es lo que acontece en su entretenido relato corto El vampiro, publicado en 1901, en el que muestra un problema social, ya denunciado un siglo antes por Moratín: el matrimonio de conveniencia entre viejos y muchachas jóvenes. No obstante, gracias a su genialidad, la Condesa Pardo Bazán se adelanta a su tiempo, relatándonos lo que hoy denominaríamos una historia gótica, aunque el protagonista no es un seductor bebedor de sangre del prójimo sino un individuo que absorbe la energía y la vitalidad. Es la historia de un galán viejo y achacoso, pero lleno de caudales, don Fortunato Gayoso, que quiere casarse con una jovencita de 15 años, Inesiña, a la que desea robarle la juventud –cambiando su aliento sepulcral de viejo por el vaho vital de la joven, tal como le había indicado un curandero inglés–. La chica lo acepta, animada por su tío el cura de Gondelle, en la confianza de que el viejo va a durar poco y podrá recibir su copiosa herencia. Pero, en contra de lo esperado, don Fortunato, después de la boda, está cada vez más lozano al haber sustraído la vitalidad propia de Inesiña, mientras que ella va marchitándose y muere sin cumplir los veinte años. Tal es la recuperación del viudo que le lleva a buscar una nueva joven, si bien en otro pueblo para evitar la alarma de los vecinos. El cuento es excelente e irónico, al tiempo que supone la primera conexión gallega de la literatura de ficción con el mito del vampirismo.
En 1922, Alfonso Daniel Rodríguez Castelao (1886-1950) publicó un texto en prosa, Un ollo de vidro. Memorias dun esquelete, editado por Editorial Céltiga de Ferrol –el número 7 de su colección de novelas breves, con una portada y seis litografías diseñadas por el propio autor que, a su vez, dibujó el cartel publicitario–. La obra es un relato de vampiros que satiriza los tunantes resultados de la vida de ultratumba. En clave humorística y utilizando un agudo contraste entre la risa y el dolor, el vampiro de Castelao es un símbolo de codicia en la figura de un cacique, que aún después de muerto sigue alimentándose de la miseria de los vivos. La estructura es una serie secuencial de relatos, resultado de una conversación entre un narrador, un esqueleto que recuerda su vida pasada, y otros esqueletos compañeros del cementerio, de los que solamente habla gallego el de un inglés, que se convierte en su mejor amigo. En el prólogo apela al recurso del hallazgo, por el sepulturero, de las memorias del esqueleto cuyo cráneo conserva "€ aquel ollo de vidro que de nada me servira na vida sírveme agora pra mirar€". A continuación, a lo largo del relato, descubre los aspectos azarosos e insospechados que ocultan los personajes en un mundo tenebroso y mezquino, que le sirven al autor para la defensa de la lengua gallega y la crítica social de la emigración y del comportamiento caciquil: "Quixen saber quen fora o vampiro nos mundos dos homes [€] Fora un canalla que roubara para dar regalía ó seu bandullo de porco, dono da xustiza, roubaba desde a súa confortable casa. ¿Para que dicir máis? Era€, ¡era un cacique!". Las historias de esta obra son el reflejo de la interpretación característica que Castelao hizo del humorismo, no exento de realismo expresionista con toques impresionistas.
Otro escritor gallego que realizó una breve incursión en la narrativa de vampiros es Wenceslao Fernández Flórez (1885-1964) con su cuento El claro del bosque, que es parte de su libro Tragedias de la vida vulgar (Madrid: Ed. Atlántida; 1922. Reeditado por Ediciones 98, en 2010), catalogado como "el mejor libro de relatos español" (Fernando Iwasaki). Se trata de un conjunto de cuentos, perfectamente estructurados, que recoge las tribulaciones de la gente humilde del campo y de la ciudad, integrando historias mágicas de vampiros, fantasmas, espíritus redivivos y pactos diabólicos. En El claro del bosque, de género fantástico, un peregrino que viaja hacia Santiago y que a su vez narra la historia, se ve forzado a pasar la noche en una cabaña perdida en medio de un bosque, que está habitada por Ricardo Mans, sus tres hijas, Otilia, Octavia y Ofelia y un extraño sujeto, Senén, al que le faltan las piernas y se arrastra en un especie de patín. Es un lugar inquietante y peligroso en el que el protagonista descubre con posterioridad que se trata de una especie de vampiros psíquicos con capacidad para introducirse en el sueño de sus víctimas y convertir el escenario onírico en una antesala de la muerte en donde no es posible saciar el deseo sin perder la vida. El relato es uno de los grandes cuentos españoles de este gran prosista de A Coruña que combina su vena visionaria, de verdadero tenebrismo gallego, con su fino humorismo.
La figura del vampiro, en torno a la que está hecha esta selección de la literatura de Galicia, tanto en gallego como en castellano, encaja perfectamente con la definición de este oscuro personaje, si bien el monstruo parece tratarse más de una criatura terrena o de un vampiro emocional que podría ser nuestro convecino. Paradójicamente, el terror y el humor se complementan y contraponen a un tiempo gracias a la gran inteligencia de nuestros autores. Y termino con el tema con la misma frase con la que Castelao concluyó su relato: "Entretente como puedas, lector, y no te digo más".
fuente: farodevigo.es
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