sábado, octubre 03, 2009

Poemas de Matilde Granados

1
Eres tú
el miedo más grande
que pude tener.

Me haces parecer débil y cobarde.

La poeta más mediocre
que la tierra haya conocido.

Eres tú,
el miedo de nuevo
aquel que cubrió mí cuerpo de placeres,
y me arrojó a conocer otra oscuridad.

Tú,
otra vez,
el miedo que esclaviza mi alma
y la torna callada, sumisa, abnegada, tonta, enferma.

2
Tu miembro flota
en mi interior
como un globo en el aire.

3
Me meto debajo de tus sabanas,
Te palpo, te acaricio, te exploro.
En eso recuerdo mis clases
de anatomía y voy marcando
las partes de tu cuerpo con un beso
cada uno de forma diferente
para no equivocarme.

Llego hasta tu corazón
y me quedo en él
para ser tu sístole y diástole
tu doble circulación que navega
dentro de tus venas.

Me meto debajo de tus sabanas
y si yo quiero me meto en tu vida.
La tomo, la hurto, la hago mía,
sólo mía, de ningún otro u otra,
de ningún santo o Dios en la tierra.
Mía, solamente mía.

4
Y tuve miedo de no ser siempre como antes, de verte a los ojos. Sentí que nos podían atrapar y que nunca mas te iba amar de la forma que siempre lo había echo.
Me pregunte por qué lo hacíamos y simplemente seguimos sin detenernos. Mi boca se abría y se cerraba, la lengua se me perdía entre la tuya, tu mano acariciaba y calentaba toda la dimensión de mi cuerpo.
Todo ese día fue raro porque seguí con los ojos cerrados. Era la única forma de tragarme el temblor de mi miedo y de hacer silencio. Te pregunté hasta donde avanzaríamos y la respuesta se desvaneció en tus ojos.

5
Salieron de casa. Hoy sus caricias cumplían unos meses más. La noche se veía ardiente sobre sus cuerpos. Se acomodaron a beber unas cervezas en el parque que frecuentaban y donde siempre conseguían olvidarse del mundo. Ambos sintieron llegar curiosas sensaciones. Él, sentía que una espesa marea bajaba directo hacia sus entrepiernas, que no podía detenerla. Ella, medio acalorada buscaba nerviosa la frescura del aire. El deseo era cada vez más grande, tanto que quisieron tirarse sobre lo que fuese. Caminaron emocionados unas cuadras, hasta que llegaron a un hotel cercano. Eligieron un cuarto. El que esté más alejado del ruido y les permita tocar el eterno color del cielo. Nada los perturbaba. Sus mentes ya estaban proyectadas. Él, apagó las luces y abrieron un poco las cortinas para que solo se vea levemente la curva de sus cuerpos.
El ritual se inició. La fue desvistiendo como si deshojara una margarita. Esa noche se besaron eternamente. El primer intento dolió. Un susurro parecido a una última canción del mar logró aliviarla. Siguieron y siguieron por toda la habitación hasta perder las fuerzas.
La vida les entregaba otro amanecer que traía con fuerza un día soleado. Camino a la calle, ella recordaba las palabras de su madre. Una sensación de molestia brotó en su interior. Cerró los ojos para olvidar y sentir que todo estaría bien. Que ella seguiría siendo la misma chica de siempre.

Johnny Barbieri y Matilde Granados en Chiclayo

Matilde Granados Requejo (Trujillo- 1986). He publicado el poemario “Para oír el solfeo exiguo de mi cuerpo” (2007). Soy coordinadora general de la Asociación Diantre, Arte y Cultura. Forma parte de la Revista Entera Voz.

2 comentarios:

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